miércoles, enero 14, 2004

Capítulo 1
De la Terminal Norte la casa de Juanis, una historia de ida y vuelta


El reloj marca las 5:45 am. El día: 3 de Octubre. México fue asaltado por un montón de vándalos y provocadores que usan el recuerdo Tlatelolco como excusa para dar rienda suelta al instinto animal y la destrucción sin sentido, haciéndonos desear que la mano de la justicia no estuviera limitada por las ataduras de la ley.

Soy un aquicalidense de vacaciones en el distrito federal.

Llego a la Terminal del Norte después de un viaje complicado y no pasan tres minutos antes de darme cuenta que la capital del país es la capital de los sueños rotos, de las ilusiones inconclusas, de la más inhumana humanidad:Lo primero que me encuentro es una persona dormida en la entrada al metro. Su aspecto es deplorable, sucio, infeliz hasta cuando está dormido... y no puedo evitar preguntarme ¿qué fue lo que lo trajo aquí? ¿fue acaso el perseguir el sueño americano versión distrito federal? ¿fue la necesidad imperiosa de mantener una familia que llora de hambre, llora de tristeza, llora de desesperanza? ¿encontró lo que buscaba? ¿algún día volverá a su tierra, con la cola entre las patas y la derrota en la cara? ¿cuántos como él llegan todos los días sólo para ser devorados por el asfalto y metal que construyen una ciudad de veinte millones de almas en pena?

En fin, una ciudad tiene tantos rostros tristes que sería incapaz de verlos todos en una vida. Al final, terminaría viendo el mío en el suyo.

Compro mi ticket de metro y abordo inmediatamente. ¿Mi equipaje? Sólo una mochila negra que ni se antoja robar. Debo confesar que jamás me ha inspirado miedo venir aquí, a la tierra de los defeños. Allá en provincia se nos enseña a temerle al de efe, a respetarlo, a guardarte en casa antes de que el sol se oculte y los villanos salgan de sus escondites.

Treinta minutos después llego a Villa de Aragón, mi destino, donde Eduardo me recibiría una vez que le llamara avisándole que ya llegué. Tomo mi tarjeta telefónica y llamo, y llamo, y llamo. Eduardo no contesta, alegando mientras escribo estas líneas que su teléfono nunca sonó.

No lo puedo culpar, pues sólo son las 6:15 am. Ni yo mismo me contestaría.

Insisto hasta que a eso de las siete mis esfuerzos cristalizan en una voz modorra, casi irreconocible que dice “¿bueno?...¿dónde estás?...ok, ya voy por ti”

Mientras espero que Eduardo llegue por mí, tengo mucho tiempo para pensar, para observar, para analizar. Pensé en llamar a Claudia, para avisarle que llegué con bien pero, por la hora que es, no sería muy gentil de mi parte despertarla.

Mientras me pierdo en la batalla de lohago-nolohago, se para a escasos tres metros de mí un trío de niños de secundaria que se comunican en un lenguaje que desconozco: el de señas.

Me maravilla ver lo fluido de su conversación con las manos, y trato de adivinar cuál de los tres es el sordo, pero no lo puedo identificar... los tres parecen muy doctos en el arte de la mano-señal.

Enfrente de mí se para una muchacha, 20 años máximo. Mira hacia un lado, mira hacia el otro. Pareciera que espera a alguien. ¿A quién? Nunca lo sabré. Eduardo viene caminando a través de un parquecito con cara de dormido y cachucha en la cabeza, señal inequívoca de que salió sin peinarse.

Me recibe con un abrazo y nos dirigimos a su actual techo, su nuevo hogar. Villas de Aragón no es precisamente la zona más nice de la ciudad. Las calles no están cubiertas con oro y esmeraldas. Definitivamente no es la ciudad de las esmeraldas a la que dorothy llegó después de partir de Kansas, pero ¿quién se fija? El calor y cariño con el que me reciben me hace sentir de verdad como en casa.

En la casa donde me quedo viven Juanis, tía materna de Eduardo y propietaria del inmueble; Vero, a quien cariñosamente se conoce en el bajo mundo como Miss Kiwis y su esposo, Joselo; Eduardo, viajero del mundo e incansable buscador de trabajo en el país; Sofía Cleopatra Elizabeth I, gata y señora de la casa.

Una familia poco ortodoxa, pero familia. Y como tal se tratan y se apoyan.

Para mi sorpresa no voy a dormir en el suelo, sino que tengo una camita para mí solo. Antes que conocer a los habitantes de la casa, conozco mi cama y entre chistes de brozo y plática que no recuerdo de Eduardo, me duermo hasta las diez de la mañana.

Al despertar, la indicación es salir los tradicionales huaraches al mercado, los cuales debo decir que son simplemente deliciosos y singularmente baratos. Jamás la combinación de queso, masa con frijoles y cebolla, generosamente aderezados con una salsa roja o verde según tu elección, me había hecho decir ¡yumi, qué rico!

Siguiendo la regla de que el anfitrión conoce más de la ciudad que el turista, Eduardo me convence sin mucho esforzarse de ir a Bellas Artes a observar una exposición fotográfica de un tal Josef nosequediablos...

La exposición no fue para menos: la calidad del fotógrafo quedó evidente después de ver la primera de muchas, muuuuchas salas donde sus obras le dan desesperanza al porvenir.

Pretendiendo resumir su obra, cronológicamente, sería de la siguiente manera: Primero está el mundo, luego aparece el hombre, finalmente desaparecen ambos producto de la mano del humano. Humano creador, humano terrible, humano que juega a ser dios. Humano inhumano.

Como un apunte debo decir que en más de una ocasión me tuve que morder la lengua para no decirle a Eduardo que nos fuéramos sin terminar de ver la obra, porque mis pies se quejaban del maltrato que les estaba dando...

Eduardo me hubiera respondido que lo esperara sentadito en las escaleras que dan hacia la calle, por lo que simplemente callé y seguí. No me arrepiento de haberlo hecho, como ya dije: una obra hermosa, valió la pena que les infringí a mis pies.

Saliendo de Bellas Artes, nos dirigimos hacia el zócalo, sólo por no dejar de hacerlo. Todos los que pisamos la ciudad de México tenemos que hacerlo, es casi una consigna. Como los árabes tienen que ir una vez en la vida a La Meca. Kilómetros más, kilómetros menos.

Ahí hice mi primer intento por comunicarme con Claudia, resultando en un monólogo de mi hacia su contestadora. Veinticinco palabras y cuatro pesos después, seguimos andando.

Eduardo se ve animoso, casi puedo decir que me extrañaba. Tal vez no a mí directamente, sino a todo lo que mi visita improvisada representa: su ciudad, sus amigos, su origen. Ya me lo explicará otro día, con más calma. De cualquier manera, se que siempre seré bienvenido en su casa, que será la mía.

Como dato curioso, me habían comentado que ya estaba disponible la tercera parte del Señor de los Anillos en Edición Especial Pirata, por lo que fue el siguiente punto en la agenda. Recorrer todos y cada uno de los changarros piratas que Vicente Fox y su política de autoempleo han creado y localizar esa película. ¿Para qué? Sólo para tenerla antes de que el resto del mundo (excepto la santa piratería, por supuesto) la pueda ver en la pantalla de plata.

Maldito ego que me llevó a preguntarle a la gente, obteniendo a cambio sólo la burla de ellos. “Psss, todavía no la tengo... se miace que le vieron la cara, amigo” fue lo único que obtuve. Uno de los corsarios me dio esperanzas de tenerla en un mes, tal vez...

Que me avisen cuando llegue y me lanzo a buscarla de nuevo.
Ajá... claaaaaro que sí.

Perdiendo totalmente la noción del tiempo, comenzó la cacería de letras, la obligada cruzada por la cultura amplia de dos pobres cristianos con afán de leer. Buscamos libros.

¿El primer lugar dónde buscar? Obviamente el metro, donde uno puede comprar de todo, desde un curso de bolitas y palitos para tus hijos hasta colaborar con sabrádioscuál fundación en la lucha contra el sida y otras enfermedades mortales, pasando por todas las colecciones de discos no originales imaginables.

Cuenta la leyenda urbana que un ciego entretiene a los pasajeros del metro cantándoles con su kareoke portátil. A la fecha no lo he conocido, pero me muero de ganas de verlo, conocerlo, escucharlo y tal vez, darle unas monedas como aprobación al espectáculo.

En el metro encontré algunos de los libros que por más que busco y busco en Aguascalientes, no encuentro. Y no se si no busco lo suficiente o si tengo mala suerte, pero es triste ver que lo único que se encuentra en la tierra de la gente buena es Carlos Cuauhtémoc Sánchez o el famosísimo libro “¿Quién se robó mi queso?”.

En el metro pude hallar de George Orwell 1984 y La Rebelión de la Granja, dos obras geniales (y proféticas) de la sociedad consumista en la que vivimos hoy. Para todos aquellos que no lo sepan, se los platico: En “1984” se concibió el reality show que chupa el cerebro de tantos y tantos mexicanos: Big Brother. En “La Rebelión de la Granja” se hace ver las fallas del sistema comunista y se evidencían sus errores antes de cometerlos.

El otro libro que adquirí en el metro es “La guerra de los mundos” de HG Wells, considerado como el padre de la ciencia ficción, junto con julio verne.

A todos aquellos que han llegado hasta este punto de la lectura, pongo a su entera disposición los títulos adquiridos, por si gustan leerlos. Aprovecho para agradecer su dedicación a mi crónica de viaje.

De igual manera fuimos al Fondo de Cultura Económica a buscar más títulos para adquirir, sólo para descubrir que ahí la cultura no es tan económica como dice su nombre, pues los libros son tres veces más caros que en la librería Gandhi, por ejemplo.

Pasaron las horas, pasaron las calles, pasaron las personas. Lo único que permanecía en mi cabeza era ir a comprar boletos para el juego del domingo entre los pumas de la unam y los diablos del toluca, por lo que el siguiente destino fue la UNAM, sólo para llegar al lado equivocado del campus y no poder hacer nada, excepto perder el tiempo ahí.

Fuimos a la Tienda UNAM, una especie de Bodega Aurrerá pero más nice y con marca pumas por todos lados. Recuerdos de una vida que nunca viví me invadieron y la nostalgia me llevó a preguntarme de nuevo: ¿qué si me hubiera metido a la UNAM a estudiar?
¿sería lo que soy, quien soy? ¿sería porro, fresa, cholo o ninguna de las anteriores?

Mi madre cree que hubiera sido porro, por eso nunca me fomentó la idea de estudiar ahí. Los porros seguramente creerían que soy fresa, los fresas que soy naco y los nacos que no soy digno de ellos. En el distrito federal es difícil ser algo ajeno a ti mismo, puesto que el estilo de vida es tan individual que casi se podría decir que no existes para nadie excepto para ti.

Me gusta pensar que sería un idealista del movimiento de justicia social, que sería un luchador no violento de los derechos humanos. Pero como el hubiera no existe sino es para fastidiar realidades, dejemos la mía en paz.

Los recuerdos que también viajaron a mi mente son los de mi anterior visita a México, en compañía de Berenice Rivas, donde visitamos la facultad de Filosofía y nos hospedamos en un hotel de 60 pesos la noche, alfombra llena de no quiero saber qué y un baño sin puerta.

Sin duda, uno de los mejores viajes de mi vida. Una anécdota total. Pero como diría la Nana Inverlat “pero eso, es oooootra historia” Jejejejejeje

Para quitarse el sabor a porro, las pulgas y demás presencias espectrales desagradables, Eduardo dirigió nuestros destinos a Perisur, centro comercial nice donde las gentes no importan más de lo que importa lo que traigan puesto, de la marca de sus ropas, de la cantidad de dinero$ plástico$ que los hacen $uperiores a los demá$.

Quedamos de vernos con Tania, una chica itesm (al igual que Eduardo, dato que por cierto no había mencionado), pero nunca llegó porque se fue al mall equivocado. Su culpa. Claramente le dijimos que nos veíamos en Perisur, no en PeriCoapa.

En fin, ella se lo pierde.

Durante el tiempo que la estuvimos esperando, pudimos hacer un destazadero de gente, sintiéndome superior a la raza de silicón y tela. ¿Soy mejor que ellos porque no uso ropa de marca, no tengo peinados de salón, mi desodorante Rexona no me abandona mientras que el de ellos es marca importada?

Una tipa de Veracruz, llamada Daniela, quien por cierto es toda fashion, toda nice... me decía que ella y los hippies son la misma mierda (sic) con la diferencia que unos buscan una imagen que les marca la televisión y la moda, mientras que los otros buscan un cliché siendo soberbios y llenos de los mismos defectos que los que tanto critican en los fresas.

Si nos quitamos la ropa, todos somos lo mismo. Todos somos iguales. Socialismo perfecto.

Anyway

Mientras admiraba a toda la gente bonita que asiste a perisur pude encontrar a la ídola de las multitudes, de los niños, la creadora de sueños e ilusiones infantiles, desarrolladora de programas de cubos: la inmortal Donalú, Graciela Mauri.

Es un palo de mujer, no ha de pesar más de 50 kilogramos ni medir más de 160 centímetros. Eso sí, se ve igualita que cuando tenía 20 años y su cirujano se merece una estatua en el paseo de la reforma por el excelente trabajo realizado en su cara.

Cabe hacer mención que la gente de Perisur estaba taaaaan ocupada en mirarse al espejo, que nadie más parece haberla notado pero, ¿quién soy yo para criticarlos?

La gente siempre será gente. No la podemos cambiar, ni lo debemos intentar. ¿Quién es aquél aventurado que se atreve a decirse poseedor de la verdad absoluta, de la neta del planeta? ¿Quién es aquél o aquella que puede lanzar la primera piedra, estando libre de pecado? ¿Quién es ese o esa ser humano que ha trascendido la barrera del cuerpo para tener calidad moral de juzgar a los demás?

Definitivamente yo no.

Soy tan pecador que si la academia diera premios por eso, no ganaría pero estaría nominado en varias categorías.

Una de las cosas que fueron muy notorias para mí en Perisur es la forma de vestir de la gente que ahí asiste. Todos parecieran haber comprado la ropa en el mismo sitio, bajo los mismos cánones de belleza, como si la máxima “de la moda, lo que te acomoda” no existiera.

Todos traen en su indumentaria (y hacen que me retuerza de coraje, de horror y en mi bilis) algo que evoque al socialismo, al comunismo o la revolución cubana.

Es la ironía perfecta, la poesía rota, los ideales de cristal cortando la mano que los talló. El capitalismo haciendo más capital vendiendo la idea del socialismo. La burla es sublime; el desgaste es eterno. ¿Cómo ver a los ojos a la juventud, motor de revoluciones, causal de esperanza, de un nuevo mañana, si ellos traen una playera marca Furor con la cara de Ernesto Che Guevara? ¿Cómo no sentir vergüenza de nuestra apatía cuando veo que en el
pecho de hombres, mujeres, niños y niñas se lee C C C P sin que sepan que es lo que significa?

La hoz y el martillo trabajan ya no por el bienestar de la sociedad, de la comunidad sino que generan capital para los dueños de la mente fuerte, de los que se hacen ricos vendiendo ideas a una masa que no piensa, que no acciona, que se mueve al vals que le toquen?

Cuerpos perfectos, caras perfectas. Hombres y mujeres que adoptaron como propio los cánones americanos de belleza anoréxica, tributo al cuerpo esbelto y trabajado. La anorexia y el gym son lo que está in. Lo demás está out.

Si tu piel es de cobre, no es digna de ser admirada. A menos claro, que el Tío Sam diga que los latinos estamos de moda y cantemos con Enrique Iglesias, bailemos al ritmo de la vida loca y veamos a Salma Hayek actuando como Frida.

En esta sociedad no se toleran malos entendidos, no se puede hacer el oso. Mientras esperábamos a Tania, una señora que salía de Liverpool (toda fashion, claro está) es interceptada por un policía disfrazado de chilango en traje barato con corbata morada quien con el mejor de sus modales dice“déjeme revisar sus maletas, que hizo sonar la alarma”.

Y la cara de la señora lo dice todo ¡¡¡Trágame tierra!!! Que nadie se entere que hice sonar la alarma, ¿qué dirán de mí las amigas del café los jueves en el sanborns?

Cinco minutos de revisión bastaron para que el color subiera a su rostro y que sus bonos bajaran al sótano. Más de una persona la señaló y dijo “ladrona” sin pensar que pudo ser un malentendido. Tiraron la primera piedra.

Minutos después, la María Magdalena fue liberada con una sonrisa y un “disculpe usted”. Junto a la señora, se fueron también las esperanzas de que Tania nos alcanzara para comer, por lo que nos dirigimos al área de alimentos con un solo objetivo: hacer crecer mi de por sí ya bastante crecidita barriga.

Una comida desabrida tipo sushi después nos dirigimos la casa de Juanis, la casa de Eduardo, mi casa. Tomamos un pesero que nos lleva a Universidad, ahí tomamos el metro y nos dirigimos rumbo a dar por finalizada la jornada del día. Una jornada cansada, pesada, hermosa. Una jornada donde el arte, la vanidad, lo bueno, lo malo, lo legal e ilegal coexistieron. Una jornada que sólo se pudo vivir en el Distrito Federal, la ciudad más habitada del mundo, paraíso e infierno de veinte millones. Pero cuando la plática cedió su lugar al cansancio y la compañía era lo único que intercambiábamos Eduardo y yo nos vimos sorprendidos por uno de los signos de los tiempos en los que vivimos; una muestra de que el mundo no está listo para aceptar lo que está a la vuelta de la esquina y que nadie lo puede detener; una apertura que, como un parto natural, queremos que llegue y cuando llega, queremos que acabe. Tan inesperada en sus dimensiones que hace inútil cualquier preparación previa al alumbramiento de tu hijo...

Bueno, al menos eso supongo porque esto de ser hombre no me ayuda mucho en eso de imaginar lo que es una labor de parto.

Doy gracias al cielo por eso, no se si lo podría soportar. Más de una mujer me lo ha dicho. Es como sacar una sandía por donde cabe una nuez.

Retomando lo que decía, calladitos y parados íbamos Eduardo y yo entre los cientos de miles, tal vez millones de usuarios que en las hora pico atiborran el metro y convierten el transporte colectivo en una olla de presión a punto de estallar.

Es sorprendente cómo la gente se olvida tan fácil de que junto a ti va otro igual que tú, con deseos y necesidades, con estados de ánimo y días difíciles. Si todos pusiéramos un poco más de nuestra parte y nos esforzáramos por tolerarnos un poco más a la hora de compartir un par de metros cuadrados, la vida sería muy diferente.

Y justo hablando de tolerancia está el evento que quiero compartir contigo, que sigues la crónica de estas líneas.

En una estación de metro que francamente no recuerdo cuál era, se sube una pareja de novios que iban muy abrazaditos. Veo al novio y le calculo 16, máximo 17 años de edad. Usa lentes, cabello engelado, flaco como escoba.

Veo a la novia y pienso “qué mujer tan barbona”... Achis achis achis achis....
Pero si no es mujer! Efectivamente era un hombre vestido como mujer, ombliguera mostrando piercing y todo el paquete incluído. Uñas de gel, cabello largo, pintado y peinado de salón. Cejas delineadas, boca pintada y rimel aplicado. Pelos de los brazos decolorados y barba rasurada un día antes.

Lo primero que pensé fue en decirle al novio “¿estás seguro que tu novia es mujer?” cuando me di cuenta que es una pregunta estúpida, puesto que si todos en el vagón se dieron cuenta y dirigieron sus miradas a cualquier otro lugar, él se debe dar cuenta también, pero no le importa.

Me pongo de pie y les aplaudo a esos dos que han decidido abiertamente ser una pareja gay y mostrar su cariño enfrente de todos.

Lo más plausible es que no lo hicieron como afrenta a la sociedad, como un reto a la doble moral mexicana, sino que cada uno de sus besos, sus caricias se veían honestas, tiernas, enamoradas. ¿Es posible que en la corta vida que tienen han encontrado el verdadero amor y no están dispuestos a dejarlo ir nada más porque a la sociedad no le parece correcto que lo tengan en alguien de su mismo sexo?

En palabras más burdas:
Tornillo con tornillo no se puede, dice la gente.

Cada uno de sus actos se veía tan honesto hasta algo tan cursi como pasarse la tutsi de uno a otro amante parecía como sacado de la versión más modernista de romeo y julieta que se puedan imaginar.

Pero lo menos que podría hacer el romeo es regalarle a julieta un gillete mach 3 para que no se irrite tanto al rasurarse.

Y la envidia me corroe, porque su barba está mucho más cerrada que la mía.

Al llegar a la estación del metro en la que nos bajamos, la plática obligada es sobre la cantidad de crímenes que se cometen por la zona, así que Eduardo recomienda fuertemente acelerar el paso porque hace menos de 24 horas un estudiante de secundaria fue asesinado a un par de cuadras de la casa porque no quiso entregar su billetera.

¿El método del homicida? Sencillo. Unos cuantos plomazos justo en el corazón. Mientras este niño de 14 años sentía la vida escaparse por los orificios calientes que dejaron las balas al entrar, al mismo tiempo sentía unas manos presurosas buscar en sus pantalones la cartera, con la sorpresa de encontrarla vacía... como la traería cualquier niño de secundaria normal.

Y mientras esta sociedad se colapsa, nosotros nos hacemos cual témpano ante estas noticias; el mundo sigue girando; una familia es destrozada por la muerte de un niño; un periódico tiene la nota de ocho columnas para mañana; las comadres tienen la comidilla de la semana y yo, al llegar a casa, tengo tanto sueño que no puedo sino rendirme ante el abrazo de morfeo y soñar que mañana las cosas serán un poco mejor que hoy, que vale la pena seguir adelante, con la lucha desde todos los frentes posibles.

¿Qué nos depara el destino para mañana? ¿pasado mañana? ¿ el día siguiente? ¿seré víctima o victimario? ¿soy ambas a la vez?

Son sólo unas de las preguntas que me asaltan la cabeza en este momento.
Otra de las que me rondan los pensamientos es
¿Alguien además de mí está leyendo estas líneas?
Me gusta pensar que sí.

Capítulo 2
Génova 20


De todos los lugares que he conocido, sin lugar a dudas Génova 20 merece un capítulo entero en las memorias de este viaje que me ha llevado a un planeta distante, al que sólo se puede llegar tomando un camión con ruta vía láctea, pasar 3 galaxias y dar vuelta a la derecha.

Bien lo dijo alguien en alguna ocasión, que mi memoria no sabe distinguir de las demás ocasiones:
Si no sabes a dónde dirigirte, da vuelta a la derecha.

Al inicio del segundo día de rearmado de rompecabezas espiritual, mis pies me llevaron con rumbo a cuatro paredes que forman un espacio mucho más grande que el área de su superficie. Entrar a Génova 20 (ubicado en la zona rosa del distrito federal) es entrar en lo que se conoce como Tesseracto:
Una trampa dimensional, la cuarta dimensión. Donde los tamaños no son lo que aparentan, el tiempo es sólo una variable en la ecuación que se puede modificar a antojo o voluntad. A fin de cuentas, ¿qué es el tiempo sino un estado de ánimo?

Cuando estamos contentos, el tiempo “se pasa volando”, “se convierte en instantes”, “pasan las horas como agua entre los dedos”. Pero si en ánimo es adverso, entonces el tiempo es pesado, denso, intragable.

Ese mismo sentir es el que se manipula en Génova 20. Al final del día, todo es relativo. El tiempo, las dimensiones, el ánimo, la sexualidad. Génova 20 es el punto medio de todo. El centro del universo.

Recorrer la zona rosa es recorrer lo que es el distrito federal para todos aquellos que no son chilangos: un paraíso en medio del infierno. Las calles están limpias, amplias, verdes. Hasta los vehículos, por más vochos que sean, se ven más bonitos. La vida en la zona rosa es, curiosamente, de color rosa. Abundancia pareciera ser la palabra que más la define. Incluso las cosas pierden su esencia oscura para parecerse al mundo de barbie.

Antes de entrar a Génova 20,Eduardo (que es a mí lo que Virgilio a Dante: un guía, una luz) peparándome mentalmente para lo que voy a encontrar, me habla y habla sobre lo que voy a ver, lo que voy a experimentar. “Una vez cruzando el umbral, nunca serás el mismo”. ¡Cuánta razón tenía!.

Mi Virgilio personal y yo estuvimos buscando un bar por espacio de una hora, tal vez más. Y no es que faltaran bares en la Rosa, sino todo lo contrario. Abundan bares. Bares deportistas, bares argentinos, bares tipo europeo, tipo australiano, tipo irlandés, tipo afroamericano, bares tipo bar. Pero ninguno de esos bares me satisfizo lo suficiente para ir a regalarles mi dinero. Tenía que ser uno especial, lo suficientemente especial para prepararme al encuentro de la democracia perfecta, de la utópica igualdad entre todos, de
Génova 20.

Los andares y buscares dieron resultados inesperados, pues en un espacio de no más de 40 metros encontré dos bares que me pusieron en la difícil situación de hacer una elección: un bar gótico y un bar gay.

Debo confesar que me vi seriamente tentado a entrar al bar gay, pero al asomarme y ver que era puro gay buenaVi, destrozándose entre ellos, que si yo traigo un vestido arman y tú un versache, que si mi ropa la compré en zara, que si yo en parís, que si yo la mandé hacer para resaltar la luz del alma a través de mis ojos.... que si la carabina de ambrosio. La elección fue clara como el agua: definitivamente los góticos.

El bar llamado “Gaveta” está ubicado en Amberes #18, y el ambiente a vampiro del siglo XVIII se respira desde que uno atraviesa la vistosa fachada que permite a todos los góticos nice ser observado por los fresas de la Rosa, y poder satisfacer así sus ínfulas de niños rebeldes espanta nenas.

Es triste tener que reconocer que hasta los góticos de la Zona Rosa son rosas y no negros. La mesera que nos atendió estaba ataviada en el último grito de la moda darketta. Sus botas estaban que rechinaban de limpias, sus piercings, fríamente calculados para que se vieran simétricos y resaltaran el labial italiano que teñía de negro la boca de la dama en cuestión.

Con un tono dulce que haría palidecer de envidia a cualquier frasco de miel, la muchacha nos ofreció la carta, escrita en español, francés, inglés y alemán. ¡Cuántos idiomas hablan los góticos! De repente los góticos de mi amada tierra con Agua sólo en el nombre me parecieron más auténticos de lo que solía considerarlos.

La música era gótica, la iluminación escasa, las paredes negras y los muñecos que decoraban el lugar, feos como la chingada. Sin embargo algo no encajaba, algo no era real. Eduardo se vio rudo y pidió una cerveza. Yo, nenita y pedí michelada cubana.

Al terminar la primer michelada (obviamente antes de que Eduardo terminara su cerveza), llegó la viva imagen de un vampiro moderno, un vampiro contemporáneo. Vestido con pantalón nice negro, camisa blanca abombachada y un saco de gamuza negra. Los ojos inexpresivos ocultos detrás de sus lentes oscuros, el cabello relamido y engelado. ¿Los zapatos? Italianos.

Su piel blanca y las manos cual seda. Sus labios rosas contrastaban con la decoración del lugar. ¿Su relación con el bar? El dueño.

Todo una señorita, incapaz de mover un dedo si no es para dar órdenes. A lo largo de sus vidas vampirescas hizo fortuna y es hora de vivir de las rentas, de los lingotes de oro acumulados por cientos de años de arduo trabajo. Ya no tiene la necesidad de buscar presas, ellas llegan a él y después de saciar su apetito sexual animal, sacia su apetito asesino
vampiresco y las deja donde las encontró: la calle.

Sólo él se la creería que es gótico. Es más, él tiene de gótico lo que yo tengo de presidente de la Unión Europea. Se presenta con los únicos clientes del lugar (Eduardo y yo) y nos entrega una tarjeta de presentación, que en el reverso reza textualmente:

“me he emvarcado en miles de viajes. He muerto mil veces pero para mi desgracia, despierto, pues esto no es mi muerte sino el vacío que enfrento”

Si es requisito tener mala ortografía para ser darketto, entonces es un dark de los grandes, de los verdaderos. Pero si no lo es, entonces sólo es un hijo de papi que de capricho se salió de la escuela para poner su barcito y mantenerse ocupado.

Como sea.

Otra michelada cubana, casi 100 pesos después y Eduardo y yo nos retiramos. Suficiente oscuridad para un día. Que nos bendiga nuestro amado sol con su luz y andemos hacia nuestro siguiente objetivo.

Finalmente, llegué a Génova 20.

Parado frente al local, se puede leer en letras de neón rojo:
SEX SHOP, GÉNOVA 20

Inhalo profundamente, tomo el valor que me queda y abro la puerta para entrar.

Mi sorpresa es mayúscula. Ninguna cara de Jim Carrey podría acercarse a mi expresión al entrar. Me encuentro con una tienda que tiene un frente de 5 metros y una profundidad de aproximadamente 30 metros, pero es mucho más grande de lo que la geometría pueda decir. Ese punto no está a discusión.

Génova 20 es un lugar que a todas luces la buena moral cristiana rechaza y señala, con su enorme dedo destructor de reputaciones en nombre de las buenas costumbres. Pienso en el página 24 y en Mario César, reportero de la seudo casa editorial. Pienso en la tienda de lencería con ínfulas de sex shop que clausuraron hace unos meses en Aguascalientes quesque porque promovían la venta de nosequé tónico sexual que no estaba aprobado por la
secretaría de salud. Pienso en las señoras que al leer las noticias, exhalaron satisfechas, se persignaron y dijeron al unísono “bendito sea el señor”.

Pienso en todo eso y me da asco la idea de regresar a la tierra de la gente buena, de la doble moral, del sexo es pecado y el placer te lleva al infierno. Después me controlo y recuerdo que todos somos así: prejuiciosos, doblecaras, victimarios.

Recuerdo en este momento a daniela, una niña de Veracruz que conocí en un congreso de comunicación, a quien por cierto mencioné en el primer capítulo. Para que vean el impacto que sus palabras causaron en mi vida. Debería llamarla, ya que ando por estos rumbos.

Es la persona más mermelada que he conocido. Hace ver nacos a mis amigos los fresas. El dialecto que ella habla me resultó entendible sólo después de 12 años de entrenamiento Marista. Y vaya que doce años te marcan de por vida.

Pero contrario a lo que podría pensarse, ella es una de las personas más inteligentes que he conocido. Y no me refiero a inteligencia de dos más dos son cuatro, sino inteligencia de verdad, de enfrentar la vida, de tratar con y contra las personas. Si alguna vez tienen curiosidad de conocerla, se llama daniela Carvallo y es locutora en EXA de Veracruz. Entren al sitio de exa y ahí tendrán su foto. O al menos, fue lo último que supe de ella.

Ella, en su infinita sabiduría producto del constante rechazo de la “gente de verdad”, de la “gente de carne y hueso”, los que con la mano en la cintura se sientan y juzgan de “plásticos” a los que no están de acuerdo con sus ondas seudo hipitecas, me platicaba en una ocasión que uno de sus mejores amigos es “uno de esos que se sientes hippies porque usan ropa sucia y pobre” (creo haberlo puesto textualmente).

Ese amigo de ella en una ocasión la atacó duramente porque ella basaba su personalidad en su ropa, en su vestir. “Tú no eres tú, eres tu ropa” le dijo. Daniela, amarrándose bien los pantalones de cuero importado, con precio de etiqueta de más de dos mil pesos, le dijo que tiene razón, que ella es selecta con la ropa que usa, con la forma en que se ve, que es
elitista con sus amistades y juzga a los que piensan diferente a ella, pero (y aquí viene lo interesante) que ella y él son exactamente iguales, porque él también se esfuerza por buscar un tipo de ropa particular, es dedicado en hacer que su look sea aparentemente casual, que también es elitista con sus amistades y que juzga de vanos y superficiales a los que no piensan igual que él.

La verdad es que todos somos iguales. Igual de prejuiciosos, igual de soberbios. Si tenemos más, los demás no nos merecen porque no tienen. Si tenemos menos, los que tienen más no nos merecen porque no valoran las verdaderamente importantes cosas de la vida.

Cuando estamos desnudos, a todos nos da frío.

Siempre que me acuerde de la buena Dany Carvallo, me acordaré que la quise juzgar y terminé juzgándome a mí. Así que siempre que comienzo a tener una diarrea verbal contra cualquier persona, recuerdo que somos iguales y no tengo derecho a criticar, por lo que después de haberme acordado de dany, dejé en paz a los aquicalidenses y las aquicalidensas, diría Vicente.

Les platicaba de mi cara, la que puse cuando vi el lugar. Imagínense mi sorpresa al toparme sin esperarlo el paraíso de la democracia, donde todos somos iguales y no podemos juzgar a los demás.

Sería muy sencillo comenzar a darme de golpes de pecho y tachar de pervertidos a todas las personas que encontré ahí dentro: matrimonios que estaban comprando nuevos juguetitos para mantener el fuego de la pasión encencido; una pareja de novios que estaban seleccionando la película porno que los inspiraría en el momento antes del sexo, durante el sexo y atormentaría después del sexo (¿porqué acabé antes yo que el actor? ¿porqué
no grita igual que la actriz? ¿porqué la tiene no tan grande? ¿porqué tiene las tetas caídas y la Senocienta las tiene tan redonditas?).

Una gran cantidad de gays, lesbianas, transexuales y bisexuales eligiendo bombitas, vibradores, dvd’s, máscaras de cuero, tangas de elefantitos y de oferta, por haber terminado el mes patrio, condones con forma de sombrero de mariachi.

Pero nadie veía a los demás con asco, con prejuicio o con cara de “le voy a decir a tu mamá que te vi aquí” porque todos éramos iguales. Nadie pretendía nada que los demás no pretendan. Nada de razones ocultas, nada de perversiones, nada de fragilidad humana. Todos ahí con un solo objetivo: atreverse a hacer lo que les gusta, como les gusta.

Nadie hace una pregunta. Mucho menos dos.

De las cosas que vi, les puedo platicar todas, al fin que no hay nada que ocultar. Lo primero que encontré fueron unos llaveritos de cobre en los que con un movimiento de polea, se emula el acto sexual en varias posiciones: 69, de chivito al precipicio, que si el monje, de la cabra loca, en 20 uñas... en fin. Si aparece en el kamasutra, aparece en los llaveros.

Incluso hay llaveritos para gays. Tornillo contra tornillo. Democracia pura.

Lo siguiente en el estante eran los ajuares para las despedidas de soltera y de soltero, respectivamente: velas con formas de pene que anuncian la edad que se cumple, popotes con la forma más obvia que se puedan imaginar, tapitas para el vaso con forma de teta, cuchillos, tenedores, cucharas, platos y vasos desechables totalmente genitálicos. Gorritos de fiesta con forma de....
En fin, muy creativos para hacer que la fiesta sea simplemente, inolvidable.

Todos los tipos de revistas habidas y por haber. Desde la purista playboy hasta las perversas revistas de jovencitas de 18 años en lucha grecorromana contra todos los animales de la granja.Eso sí, en las letras chiquitas se podía leer claramente “ninguna menor de edad fue utilizada ni ningún animal sufrió daño en la realización de esta revista”.

Los videos en venta, los videos en renta y los videos en préstamo estaban prácticamente juntos, resaltando la serie de 14 videos titulados “Chicks... with dicks”

La lencería fue lo siguiente que encontré al hacer mi tour por la tienda de sexo. Lencería de mujer que se viste como mujer, lencería mujer que se viste como hombre, lencería de hombre que se viste como mujer y de hombre que se viste como hombre. Lo más simpático que encontré fue una tanga de elefantito que había visto hace ya algunos años en Aguascalientes y un cuello de conejita playboy.

Hablando de la decoración del lugar estaba ajeno de espejos, lleno de cámaras de seguridad y banderas arcoiris. Todo con una pintura color salmón dirían las mujeres, color rosa dirían los hombres.

En la parte ruda de la lencería están las prendas de cuero negro. Desde máscaras, antifaces, esposas, látigos, cuartas, quintas y sextas, hasta trajes completos, cadenas y correas con su respectivo collarín tipo perro.

Para todos aquellos que disfrutan del buen cine y han tenido la oportunidad de ver la película española TESIS, les informo que una réplica de la máscara usada por uno de los personajes (en los sótanos de la universidad) cuesta en Génova 20 la nada mísera cantidad de 700 pesos. Tómenlo como punto de referencia para los demás artículos que mencione.

También están las prendas comestibles, masticables, de velcro, de algodón y hasta biodegradables, pero esas no llamaron tanto mi atención como la llamaron los juguetes de “autosatisfacción” tales como los vibradores de todos los tamaños, colores, texturas, formas, sensaciones y tamaños; las vaginas plásticas, de silicón, con pelos, sin pelos, “modelo exacto de la famosísima actriz perengana de tal”, con pilas, sin pilas; muñecas
inflables; muñecos inflables. Pero la reina sensación de la satisfacción vía pila en aparato, es la “turbo tongue” o en llano castellano, la turbo lengua:

Un aparato que bien podría estar basado en las espadas de los Jedis de las guerras de las galaxias que la punta termina en forma de lengua y al ponerla en agua y tocarla se siente como si fuera una (obviamente) lengua.

¿El precio? 570 pesos.

Cuando me habían dicho que existía tal variedad de jueguitos, jamás pensé que realmente fuera variedad. Yo me imaginaba lo que vemos en las películas y a lo mejor un poco más. Solía creer que la industria del porno era industria en el sentido ilegal exclusivamente. Ahora se que por la vía legal también hay mucha lana que se mueve.

Pero por lejos, la parte más bizarra (democrática, social, cultural, entretenida, divertida, apasionante... pónganle el adjetivo que gusten) es el de las cabinas. ¿Cabinas para qué? Para ver películas. ¿Qué tipo de películas? Por favoooooor!!! No me digas que no sabes qué películas se ven en una sex shop.

Por cinco minutos, 15 pesos
Por diez minutos, 20 pesos
Por veinte minutos, 25 pesos
Por media hora, 30 pesos
Por la película entera, 35 pesos.

El costo del boleto incluye, además, un paquetito de kleen-ex para la limpieza luego del “i love myself” y completa discreción.

La cantidad de cabinas que alcancé a contar fue de 50. y no es porque estuviera contándolas una por una, sino que estaban numeradas. Muchas de ellas en acción. Debo decir en honor a la verdad que no me fijé si se permite entrar en parejas, grupos o excursiones, pero quiero pensar que sí se puede! Sí se puede! Sí se puede! (dicho en tono de eterna porra de
esperanza mundialista).

Como cereza de pastel, tengo que hablar de la variedad de cremas, ungüentos, aceites, lociones, pastillas, velas decorativas y aromáticas, souvenirs, postales coleccionables, fotos de artistas porno famoso y condones que existe.

Hay condones de todos los colores, sabores, texturas, formas, tamaños, usos y marcas. Que si brillan en la oscuridad, que si anillados, que si hechos para el sexo oral, que si las perlas de la virgen...

Aquí hay de tocho morocho.Y mientras yo incrédulo miraba y admiraba, nadie, absolutamente nadie me juzgo. Ni yo a ellos. Me acerco a la caja y conozco a la dueña del
changarro. Francamente no recuerdo su nombre y si la veo en la calle, seguramente no la reconozco, pero su plática fue de lo más interesante.

Para comenzar, es una mujer. Y rompe el paradigma de “hombre masturba-diario-pensando-menores-de-edad-que-le-gusta-lo-golpeen-en-la-espalda-con-látigo-mientras-dice-pégame-pero-no-me-dejes” que la mayor parte de la gente tiene del dueño de una sex shop.

Una mujer más. Bastante agradable en el trato y en la presencia. Me platica de lo próspero del negocio, que está pensando en crecer, tal vez ir a provincia. ¿Aguascalientes? Tal vez, podría ser una buena opción, dice ella.

Me habla sobre su hermano y el trabajo que él realiza en el “negocio familiar”. Su función es, en un templo de polanco, esperar a que salgan de misa de 11 la señora Lecumberry y su club de perseverantes de la vela perpetua y entregarles el Reforma dominical. Dobladito a la mitad. Ellas lo reciben, se persignan ante la iglesia y (obviamente) ante la sociedad. Le
dicen al muchacho “lo anotas a mi cuenta” y se trepan a su carro.

Una vez protegidas por su caballo de acero y fibra de vidrio, abren el Reforma y obtienen el más reciente video de “muchachitos calientes”.

Suelto una carcajada tan sana que más de una persona voltea a verme, esperando entender el chiste. No lo logran. Tendrían que vivir en Aguas o en un lugar similar. Seguimos charlando y me habla de costos, de precios, de lineamientos morales que ella no está dispuesta a pasar, lo que me lleva a pensar el las películas donde después de violar a la protagonista, la matan frente a la cámara, sin edición ni cortes comerciales.

Creo que se llaman videos snob o snoff o algo así. De nuevo busquen la película tesis para referencia.

Sin más por preguntar, me despido de la dueña, prometiendo estar en contacto con ella. Una promesa que no habré de cumplir en mucho tiempo, pues no recuerdo dónde dejé sus datos. Total que siempre habrá más tiempo que vida. La volveré a ver. Tal vez cuando tenga ya su tienda en Aguascalientes.

Jejejejejejejejeje

Sería chido. Pero creo que la H. Sociedad de Aguascalientes todavía no está lista, aunque nunca se está listo para cuando ocurren las cosas. Alguien dijo una vez que si se espera a que las circunstancias sean las correctas, nunca lo serán. Uno tiene que ir forjando su camino, su destino.

Y te vas a dar de topes y madrazos y golpes y sangradas y narices y corazones rotos, pero al final del día, siempre va a ser mejor que quedarte esperando.

Es como la película de “mi pobre angelito”, aquella donde makaukin coulkin era niño bueno demostrando ser más listo que dos adultos ladrones. De hecho casi cualquier niño es más listo que esos ladrones...

Bueno, mi punto es que cuando la madre se da cuenta que dejaron al escuincle solo en casa, se lanza contra los consejos del papá y los demás hermanos en la búsqueda desesperada de su hijo. Viaja por todo el país por avión, tren, carro, burro y andadera hasta que llega a la casa para comerse a besos al huevón de su hijo, que por cierto, se quedó dormido.

El resultado? Llegó sólo un par de minutos antes que toda la banda, que se esperaron a que hubiera un vuelo directo pero, la satisfacción ¿¿¿quién se la quita???? Ella se abrió el sendero y logró su objetivo. ¿El costo? El necesario, lo que estaba dispuesta a pagar.

Esa mamá se merece una medalla al mérito. Y hablando de madres, ¿qué pensaría la mía cuando sepa que su primer retoñito, la alegría de su corazón, su razón de vivir anda visitando esos sitios pecadores, que con sólo mirar y pensar en ellos, de seguro me conducen al purgatorio?

La mía también se merece una medalla. Se merece todas. Una estatua y mi eterna admiración. Un minuto de aplauso a mi madre y las madres de todos ustedes que han dado cada gota de su sangre por nuestro bienestar... y tantas veces que hemos dicho que no es suficiente lo que dan.

Ingratos que hemos sido. Una invitación a darle un abrazo a tu madre y decirle que la quieres. Tómala o déjala. Es tu elección.

Total que un beso en la mejilla después, me despedí de la mujer que maneja una sex shop y volví al mundo real, al mundo de los tabúes, de las apariencias, el mundo que ha dado tanto de dónde quejarse a Jaime Humberto Hermosillo y a tantas voces acalladas por el temor al rechazo.

Al final del día. Eduardo y yo seguimos siendo los mismos, pero con una visión diferente, más completa, desinhibida.

¿Qué si soy un pervertido?
Yo creo que no.

¿Qué si soy pecador por haber entrado a ver?
Tampoco.

¿Qué si lo volvería a hacer?
Posiblemente sí.

¿Qué si tuvo sentido el segundo capítulo?
Claro que sí, no todos los días uno conoce un lugar así.

se portan y me extrañan
pepe

Capítulo 3
Las nostalgias de un recuerdo que no tengo


El domingo fue un día que conocí ya muy tarde. Tanto estar planeando la noche del sábado asistir al juego de pumas vs toluca me provocó un insomnio que no pude controlar hasta pasadas las 4am. Sobra decir que me llevé entre las patas de mi desvelo a todos los que creí dormidos y estaban disfrutando de un concierto nocturno de malas imitaciones de gustavo cerati.

Me desperté pasadas ya las diez de la mañana con la novedad que Juanis (esa simpática dama que vale su peso más mi peso más el peso de eduardo en oro) estuvo despierta hasta que silencié mi boca, mi ausencia de buen ritmo y timbre de voz. Al enterarme de su desvelo involuntario, me dio mucha pena, pero al momento no sabía si era por haberla tenido despierta o por perderme el juego en el estadio.

Para curar mis tristezas deportivas, a Eduardo, la joven malinche que me guió por la nueva tenochtitlán, se le ocurrió llevarme a San Felipe, lo que según dice Joselito (el esposo de miss kiwis, espero la recuerden) es el tianguis más grande del mundo. ¿Realmente será el más grande del mundo? No lo se. Lo que sí les digo, es que estuve más de dos horas caminando en línea recta queriéndolo recorrer de palmo a palmo y no acabé.

No malinterpreten. No fue una carrera donde me esforcé por alcanzar velocidades que harían palidecer a cualquier cheeta que se respete. Todo lo contrario. Tuve que lidiar, torear, pelear y empujar a varios hombres, mujeres, viejitas, niños, niñas y hasta uno que otro minusválido para poder seguir con mi camino. No fue una caminata por el parque en un domingo familiar.

Más bien la definiría como una “carrera a campo traviesa” en la que quedé lejos del cuadro de medallas.

Cuando yo creía haber encontrado el paraíso de las cosas baratas y de no tan mala calidad en la “enoooooorme” línea de fuego, o los domingos en la puri, descubrí que había vivido en el engaño, con los ojos vendados, negado a la verdad.

Uno no conoce lo que es un tianguis de verdad hasta que viene a San Felipe. Uno no sabe de la vida hasta que ha besado un burro.

San Felipe es un sitio con reglas diferentes al resto del mundo. Reglas que no podrían aplicarse a destajo en cualquier calle, en cualquier ciudad, en cualquier país. Basta con mencionar que uno de los puestos que más ventas registraba era el de la venta de mezcal, cerveza montero y micheladas. Ahí, como en San Marcos, el alcohol extramuros es un uso común, casi cotidiano. Perros coexistiendo con humanos, humanos conviviendo con monstruos. Monstruos que somos todos los que asistimos ahí escudados en la búsqueda de
algo más barato, porque el gobierno nos tiene en la pobreza.

El gobierno nos tiene en la pobreza...

¿El gobierno nos tiene en la pobreza? Sí y no. Ha sido un trabajo de ambas partes. Todos nos hemos esforzado por mantenernos abajo, en la cómoda posición de quejumbroso sin propuesta. Mientras recorríamos San Felipe, Eduardo me platicaba una anécdota que es
muy buena, que ahora les cuento a ustedes.

Resulta que un maestro que fue suyo, que fue mío, que fue de miles de personas más, Don Cuco, en una ocasión les contaba de una persona que era tan, tan, tan rica que no tenía nada a que levantarse de la cómoda posición que había encontrado en su cama. Tenía sirvientes que le llevaban la comida a la cama, le masticaban la comida, se la daban hecha papilla y él sólo se tenía que dejar consentir, apapachar. Si tenía comezón, un achichincle para rascarlo. Si estaba aburrido, uno más para entretenerlo... una vida ejemplar.

Un buen día se acabó la riqueza que tenía y con el dinero, se fueron los amigos, los sirvientes, las atenciones. Finalmente tendría que levantarse y rascarse con sus propias uñas. El hombre no quería y no quería y no quería, pero cuando el hambre fue más perra que su necedad, tuvo que levantarse a buscar trabajo.

Sobra decir que sus articulaciones ya no respondieron, sus músculos estaban endebles, débiles. Incluso la quijada estaba trabada, por la falta de uso para masticar.

El hombre murió de hambre, de tristeza y de abandono. ¿Moraleja? Ninguna, el mundo puede existir perfectamente sin moralejas, pero sí es de notarse que la posición más cómoda es también la más peligrosa.

Es muy cómodo culpar a los demás por lo que nos ha ocurrido. Que si no me dieron el trabajo, que si no he encontrado trabajo, que si a chuchita la bolsearon. Por ejemplo en Aguascalientes estamos sufriendo la escasez de agua y se ha comenzado a hablar de tandeos, de administración. La voz popular culpa a CAASA por su titánica ambición y el pésimo servicio otorgado, amén de los cobros que ahorcan la economía familiar pero, ¿hace
cuánto tiempo se nos viene advirtiendo que nos estamos quedando sin agua? ¿hace cuánto que no dicen que revisemos fugas, que la cuidemos?

Lo mismo con el dinero. Es hora de ahorrar, aunque sean dos centavos. Comprar cosas buenas, es cierto eso de que lo barato sale caro. En fin, un cambio de cultura donde dejemos la mentalidad de haber sido víctimas del abuso de los españoles, para luego ser víctimas de los gringos.

Es hora de formar principios sólidos.

Es impresionante la forma en la que uno puede mutar sus principios y valores ante la tentación de obtener por un bajo precio en el mercado ilegal lo que se obtiene legalmente al doble o triple. Tuve que recurrir a todo mi hígado, el riñón, parte del páncreas y pulmón derecho para resistir la compra de una hermosa mochila Nike original robada a todas luces, tal vez hasta con violencia y sangre y muerte y todo lo que sea necesario con tal de
apropiarse de lo que no les pertenece.

No es por decir “pobre empresa nike, con las mermas que le causó el robo de esa mochila van a quebrar y llorar hasta que la única opción viable sea cortarse las venas con pan bimbo hasta secar el cuerpo de ese rojo líquido tan necesario como el amor”, para nada. Pero hay que establecer un punto:

Las cosas tienen que ser claras y derechas, sino, no deben de ser. Si no estoy de acuerdo con el imperialismo macdonalds (que no lo estoy, por cierto) hay manera de manifestar mi enojo. El fin no justifica los medios. Nunca lo hará.

Pero sí es difícil resistir la tentación de comprar más barato, de exprimir cada centavo, de pensar en el ahora y mañana pensaré en mañana. Que cada quién se rasque con sus uñas. Lo que uno nunca se debe decir es “total que no hago ninguna diferencia...”

¡Claro que se hace diferencia! Se marcan vidas, se deciden rumbos. El ser honesto no es una práctica, es un estilo de vida. Es poder irse a la cama tranquilo y poder cerrar los ojos sin nada que deber. Ni temer.

Pero esa mochila era muy tentadora. Me hubiera facilitado mucho la vida tener otra cosa para guardar tiliches y distribuir mejor la carga de ropa-chuchulucos-souvenirs que arrugan cualquier vestigio de ropa limpia que quede en la maleta.

Al final, lo único que compré fue el número seis de Video Girl Ai, que era el único que me faltaba para completar mi colección y poder vivir con los personajes, capítulo a capítulo, sus andares, triunfos y fracasos. Para todos aquellos que no tengan ni idea de qué les estoy hablando, les recomiendo ampliamente que se documenten al respecto. Verán que vale la
pena.

El día transcurrió. Los pumas ganaron 3-2. Mi maleta estaba lista y la de Eduardo también. Le llamaron para avisarle que hay una vacante de trabajo en Monterrey y su presencia era requerida al día siguiente en la ciudad al pie de la Silla. Así pues, si hubiera querido quedarme más tiempo en la capital mundial de los asaltos contra las mochilas marca Nike, me hubiera quedado sólo con Juanis. Pero mi sendero ya estaba elegido: volver a donde alguna vez ya estuve, a las tierras abandonadas hace 8 años, al lugar donde nació la mujer que me robó mi primer beso, volver a Córdoba, Veracruz.

La historia de mi primer beso es una que platico seguido, con bastante naturalidad. Algo que nunca he entendido es el estereotipo de que la primera vez siempre es con ruiseñores cantando, nubes de algodón y fuegos pirotécnicos dando ambientación tipo disney. Al menos la mía no fue así. Fue todo lo contrario.

Hace ocho años, cuando su humilde servidor tenía sólo 16 años y cerca de 13 pelos en cada axila, asistió a la primera comunión de su prima jarocha más joven: mague.

Al término del evento, toda la familia (abuela, tíos, tías, sobrinos, sobrinas, primos, primas, madre, hermanos y mascotas que en total sumaron en aquella memorable ocasión 30 personas) se trepó al camión alquilado para el viaje. Cuando todos estábamos trepados (obviamente, los jóvenes íbamos sentados hasta atrás, para poder hacer lo que en la época conocíamos como “desmadre”) resulta que no se porqué extraña razón nos treparon a dos
mujeres al transporte hasta ese momento, meramente familiar.

Una de ellas se llama Sandra. Sandy de cariño. Tenía 17 años y un rostro que no recuerdo. Ni sus gestos, ni su cara, ni sus cejas, ojos o sonrisa. La verdad, no recuerdo nada de ella ajeno a lo que te platico. Desde que se subió, causó furor por ser ajena, casi prohibida para los primos. Pero ella venía en papel de diva y ni una mirada merecíamos.

El camión avanza y salimos de córdoba. Por extrañas razones que no recuerdo, terminé sentado yo junto a ella. Hombro con hombro. Niño con mujer. Con los calzones manchados de terror, pero firme en mi puesto de lucha. Dispuesto a todo.

El destino movió sus hilos y el camión se quedó sin frenos o algo por el estilo. El asunto es que nos quedamos varados por seis horas en lo que el chofer consiguió la pieza dañada. Sandy sin perder el tiempo me pregunta si quiero un beso y yo, inocente palomita, digo que sí.

Rebosante de inocencia, paro la trompita para lo que se puede decir un “beso de pajarito” mientras que ella realizó lo que puedo llamar como “exploración lingüística de la cara ajena”. Fue así como terminé empapado y avergonzado por mi inexperiencia al besar.

La otra cosa que recuerdo es que al momento de agarrar sus piernas, me topé con la misma sensación que tengo al tocarme las mejillas después de no haberme rasurados dos días. Una lija de agua se las venía cortas. Casi dejé mis huellas digitales en el proceso.

Al día siguiente fui la comidilla familiar, pues el show que dimos fue gratuito y no apto para todo el público, según juzgaron. Ahora que lo pienso a distancia, más que una película romántica, pareció una comedia al más puro estilo chaplin.

Boleto en mano, nos despedimos eduardo y yo bajo promesa de volvernos a ver. El lugar de despedida fue el mismo donde me había recibido: metro villas de aragón. Terminar donde se empezó, cerrar el ciclo, volver al origen. Llego a la terminal del Tapo y automáticamente comienzo a cantar a dueto con lora “ ’toy esperando mi camión en la terminal del ADO...tun tuchun tuchun tuchun tuchun tu tú chún.... quiero que me lleve muy lejos... y a la chingada de aquí!”.

Entro a ADO, registro mi maleta y tomo en mis manos un poemario que me regaló claudia antes de salir a buscar esa parte de mí que me gusta tanto, que me cae bien. Ese poemario ha sido fuente de inspiración y soporte en estas tierras que no son las mías, pero que se han empeñado en hacerme sentir como propio. Cuando abro una página y leo algunos versos, pareciera que inexorablemente todos estamos destinados a recorrer los mismos pasos y
vivir las mismas experiencias; que el autor presintió que algún día eso que escribió, yo lo leería y pensaría que son palabras que salieron de mi boca. Tomo ese poemario y lo llevo conmigo. ¿Lo demás? Con las maletas.

En un viaje de cinco horas uno puede hacer muchas cosas. Uno puede ver dos películas que pasan en la televisión, puede leer un libro a conciencia, puede platicar con el fulano sentado a un lado tuyo, puede dormir, puede perderse en el paisaje que se ve tan susceptible por la ventana o puede no hacer nada y apagarse hasta llegar a su destino.

Cinco horas pueden ser tan relativas, tan ambivalentes... el paso de los segundos viaja a la velocidad del camión para luego frenar en seco y prolongarse hasta que el hastío se apodera de uno. Las horas se estiran y encogen como una liga haciendo que la noción de tiempo pierda sentido y finalmente te liberes de ella, quedando solos tú y tus pensamientos.

Así es como quedamos mis razones, mis pasiones y yo. Pensando en la familia, en los amigos, en el trabajo, la escuela, las promesas rotas y las promesas por cumplir. Pienso en los pendientes que dejé en la oficina y que nunca son suficientes las veces que les he dicho a mis hermanos que estoy orgulloso de ellos. Confirmo que todos tenemos derecho a una segunda oportunidad, pero no a una tercera; que la vida carece de sentido sin amigos y que la religión es la manera que cada persona tiene de acercarse a dios; que la filosofía es la
forma de acercarte a la verdad y que en el fondo, dios y la verdad son la misma cosa; que nadie puede negar categóricamente la existencia de una fuerza generadora de vida; que detrás de un día nublado siempre está el sol esperando salir; que el poder corrompe y que si el poder no se usa, no tiene sentido tenerlo; que el poder sin control es como un carro sin frenos, tarde o temprano terminas chocando; que hay cosas para las que no estoy listo y
las deseo; que hay cosas para las que he estado listo toda la vida y no las deseo; que pobres de las personas que no viven aspirando a un ideal, que no luchan, que sobreviven; que si un día me vuelvo así, prefiero no seguir viviendo.

Dirijo mis pensamientos hacia la ventana, hacia el paisaje. El espectáculo es simplemente magistral. Se ve verde hasta donde llega el ojo. Árboles, pasto, vegetación, vida. Todo está ahí. Las nubes juegan con las copas de los árboles y las remojan como parte de un coqueteo eterno. El cielo está cerrado a la luz del sol, pero no importa. Los días lluviosos siempre serán más bellos que los soleados. El agua es vida, es amor, se regala. La autopista sube y baja haciendo que la niebla esté frente a mí, arriba de mí, debajo mío.

Dentro del camión, la película sigue avanzando.

Ojalá nos detuviéramos y se me permitiera ir unos instantes a lo verde, a la vida natural. ¿Cómo no reconocer la poesía cuando uno se ve cara a cara con tal manifestación de vida? ¿Cómo es posible que reservemos el llanto para la tristeza, cuando hay tantas y tantas lágrimas de felicidad que esperan salir cuando sea pertinente? La naturaleza es maravillosa y lo que nace dentro del humano cuando se vuelve uno con ella, es sublime.

Pero no todos los sueños duran para siempre.

En el momento menos esperado, surge del horizonte un monstruo que devora el espíritu humano y se alimenta del egoísmo. A su paso, seca la vida, seca lo verde, lo vuelve gris. Lo cubre de asfalto. Es una bestia colosal, con millones de brazos y cero corazón. En su rostro
se puede leer uno de sus nombres: PEMEX.

La vegetación se vio bruscamente interrumpida por la construcción de una estación de PEMEX, que se emerge como amo y señor de la destrucción. Lo que kilómetros atrás era vida, ahora es muerte.

La contaminación seca las nubes, el ruido es insoportable. El agua es negra. Y me da rabia. Me lleno de coraje e impotencia. No soy enemigo del progreso, al contrario, lo apoyo. Pero lo que me llena de tristeza el corazón es ver que en el proceso se está acabando con el ecosistema. Jamás lo había sentido como propio el dolor de los árboles, y es que ninguna imagen en la televisión me había preparado para el impacto de verlo con mis ojos,
sentirlo en mi piel.

Pienso en mi querido Aguascalientes y me pregunto porqué la lluvia ya no cae cuando solía hacerlo; porqué el agua está cada vez más escasa; porqué en la alameda ya no hay álamos, en la arboleda ya no hay árboles, en los bosques ya no hay bosque. La sierra fría le pertenece ahora a unos pocos, mientras que los muchos nos quedamos con nada.

¿De qué sirve el verde de los billetes si no hay verde de las hojas? Nos estamos acabando el planeta y yo me pregunto ¿Cuánto más tenemos que destruir para darnos cuenta que estamos equivocados? ¿Cuánto más tenemos que agotar para después cuidar?

El mundo se está sobrecalentando. Los inviernos son más fríos y los veranos más infernales. Nos estamos matando lenta, dolorosamente y parece que nadie hace nada. Nos conformamos con ver el problema, suspirar y decir “ah, qué caray...”, para inmediatamente olvidarnos del problema y rezar que al abrir los ojos al día siguiente, el mundo no esté mucho peor de lo que lo dejamos la noche anterior.

Las lágrimas que minutos antes, kilómetros atrás, fueron de alegría, ahora son de rabia, de tristeza, de rencor hacia mi y los de mi especie. Hombre asesino, hombre dominador, hombre consumista, hombre destructor.

Debe existir una manera de poder vivir en equilibrio con la madre, con la tierra. En lugar de escucharla y cuidarla, la cubrimos de chapopote y asfalto, la negamos. Hacemos caso omiso de los gritos de dolor que nos manda. Y es que no la escuchamos por estar atentos al ruido de la maquinaria que extrae el petróleo, sangre de la tierra.

Cierro la cortina. Ya no puedo seguir mirando. Me siento como abandonado de la mirada de dios. Lejos del alcance de su mano. ¿Cómo es posible que seamos capaces de clonar vida, de duplicar exactamente la realidad y no seamos capaces de buscar otras alternativas, otras vías de desarrollo?

Las luces del camión se encienden. El altavoz dice “señores pasajeros, hemos entrado a la ciudad de córdoba. Muchas gracias por viajar con ADO”.

Bajo del camión en la central y me esfuerzo por encontrar un detalle que me recuerde lo ocurrido hace ocho años aquí. Nada me parece familiar. Ni un detalle.

De repente, me invaden las nostalgias de un recuerdo que no tengo.

Capítulo 4
Córdoba, España; Córdoba, Argentina; Córdoba, Colombia; Córdoba, México


He llegado a la central camionera de Córdoba, Veracruz, México. No se parece en nada a algo de lo que yo tenga memoria en mi cabeza. Sintiéndome muy chicho y sabiendo que en esta ciudad las calles y las avenidas están numeradas, decido aventarme caminando desde la central hasta mi objetivo, mi nueva casa, mi hogar temporal.

A partir del centro que ellos llaman histórico, exactamente del palacio de gobierno, todas las calles que van de norte a sur son llamadas “avenidas” y las que van de oriente a poniente son “calles”. Hacia un lado son las pares y hacia el otro son las nones. No hay pierde. Es como estar en un gran plano cartesiano y la dirección a la que vas, sólo la encuentras cuadrándote.

En realidad, es muy fácil ubicarse aquí. Si uno sabe contar, sabe llegar a donde quiera hacerlo. Lo que realmente resulta difícil es encontrar algo que sea familiar, conocido. Son las veintitrés horas y la ciudad no es nada de lo que mi memoria ha creado para mí. Una farsa, un conjunto de imágenes que mi creatividad hiló en secuencia para hacerlas lucir reales.

Una falacia.

Mi ubicación en ese momento: calle 43. mi destino: calle 22. El camino era sencillo, sólo tenía que recorrer 22 calles para llegar a la calle uno y 11 calles más para llegar a la 22. ¿La suma? 33 calles en una dirección. La central camionera está entre las avenidas 3 y 5, y la casa de mis tíos, su santo hogar, el sitio donde sus hijos crecieron y se formaron en lo que
ahora son está ubicada entre las calles 9 y 9 bis.

Por cierto, las calles bis son los “fragmentos” de calle que no atraviesan la ciudad de lado a lado, por lo que se les pone ese apellido. No se a ciencia cierta cuántas bis existen entre la central de camiones y la casa de mis tíos, pero sí es más de una, de eso estoy seguro.

En mi cabeza, de manera rápida hice cálculos de distancias y me dije a mi mismo que 33 calles no son tantas... que he recorrido muchas más en Aguascalientes, mi tierra amada. Tomo mi espantosa y a estas alturas apestosa mochila negra y pongo pies en polvorosa.

No llevaba aún tres calles recorridas cuando el peso de la maleta, aunado a la falta de sueño y el recorrido agotador de varios días por la ciudad de méxico hicieron mella en mí. A lo lejos veo una patrulla. No se parecen en nada a las patrullas de la tierra de la gente buena, puesto que aquí están pintadas de verde militar. De inmediato pienso en Raquel, en lo mucho que le gusta el color verde militar, en general, todo lo que sea militar.

Les hago una señal como quien quiere parar un taxi a los policías y se detienen. Fingiendo demencia les pido señales sobre cómo llegar a la calle 22 y su primer expresión es la típica cara de policía corrupto diciendo:“huuuuuuuy joven, está re’lejooooos”

Nada más de acordarme el tono casi defeño con que se me informó que no la iba a hacer, me da risa. Sin duda todos los policías del país son iguales. Panzones, morenitos, con bigote que llenaría de orgullo a joaquín pardavé, mirada altanera como pidiendo mordida. En fin, todos parecen iguales, cortaditos con la misma tijera.

Si ya sabía la información que ellos me dieron, ¿qué es lo que esperaba al hacerles la parada? Tal vez quería que me dijeran que estaba un par de cuadras más adelante; tal vez que me dieran aventón y me demostraran que los cordobenses son personas gentiles, educadas (cosa que me la han demostrado día tras día aquí, la gente de córdoba es de las más gentiles que he conocido, a excepción de una señora que casi provoca un accidente de
tráfico); quizá quería un apapacho y que me echaran porras. A esas alturas del cansancio, ya no se lo que quería.

Decido tomar un taxi. Abro la cartera y confirmo lo que tanto temía: ni un peso ahí, ni un cajero cerca, excepto en la central. Sin más remedio que esperar que llueva dinero (sabiendo de antemano que eso no ocurre) me regreso a la central por las mismas tres calles que ya había recorrido, en sentido contrario.

Regresar sobre tus pasos es una sensación rara, hasta incómoda. No importa qué tanto quieran maquillar la verdad, volver sobre tus pasos siempre será una derrota. Ya sea que en el regreso tengas la cola entre las patas, un aprendizaje en la cabeza o la altenería en la cara, siempre se regresa porque se ha errado el rumbo el andar.

Por otro lado, es de humanos errar y de super humanos corregir, diría alguien que corrigió y quiso quedar bien ante sí mismo y ante los demás. Tiene razón. Es más fácil ser terco y llevar tus actos hasta las últimas consecuencias que doblar las manitas y volver a empezar. Se requiere valor tomar esa decisión, no porque sea difícil tomarla, sino porque es difícil
enfrentar a la bola de arpías, tepocatas y víboras prietas que están presentes en tu vida y ausentes en la suya esperando que te equivoques para restregártelo en la cara.

Pero en fin, regresé sobre mis pasos para llegar a mi punto de partida. Incluso recorriendo las mismas calles que hacía unos minutos había recorrido, nada se me hizo familiar. Una vez con dinero en mano y el cansancio en los bolsillos, tomo un taxi conducido por un agradable viejito chimuelo con cara de pasita y un acento que me costó mucho entender.
Dicharachero como pocos y contrario a la fama que tienen los veracruzanos, nada altisonante al hablar.

En el transcurso del camino, me explicó que en córdoba van tres administraciones municipales panistas y que, contrario a lo que pensaría, están muy contentos con ellos. El saber que llevan más de 7 años en el gobierno explica la ardua tarea de pintar todos los postes de luz de la ciudad de azul con naranja. Un poste azul, dos postes azules, tres postes
azules, infinitos postes azules.

Pasamos por una finca antigua y me explica mi guía de turistas improvisado que esa finca fue fundada en el año de no-recuerdo-cuál-año-fue, pero sí recuerdo que fue hace mucho. Que ahora es usado como escuela primaria y que es patrimonio de la humanidad. La siguiente finca es una que resultó ser propiedad del obispo de Córdoba, donde están sus oficinas de gestión social. Ahí la gente puede asistir y obtener una despensa, algo de medicina, unos consejos y tal vez hasta un milagro.

Abundando en el tema, me explica que el obispo no es de aquí, pero su corazón es de todos lados. Que es un buen guía. Que pronto podrían tener un obispo nacido en la ciudad, que hay hombres buenos en el seminario. Si les pudiera describir la alegría de sus ojos cuando me platicó esto. La fe es ciega, terca, buena. Este hombre tiene fe todavía en la humanidad. Mientras exista gente con fe en la raza de los hombres, todavía tenemos posibilidad. Una oportunidad es todo lo que se necesita. Una sola. No importa que estemos al borde, a punto de caer.

“Uno de los principales logros del gobierno municipal” me dijo “es poner todo el cableado por adentro de la tierra. Si viera, joven, la cantidad de pajaritos que mueren electrocutados por poner sus nidos en los alambres”. Lo miro y sonrío. Finalmente logro comprender su dialecto costeño. Comunicarme con todos los demás como él no va a ser muy difícil. Una vez con luz de día, constaté que la ciudad está casi tan desmadrada como está dejando el gas natural a Aguascalientes, pero aquí se reducirá notablemente el número de velorios de gorriones, pichones y periquitos del amor muertos por choque eléctrico.

Llego a la casa de mis tíos y finalmente veo algo conocido. Una construcción tipo setentas, donde mauricio garcés pudo vivir feliz, pintada de azul cielo y un diseño que no entiendo. Una suburban gris más vieja que yo está en la entrada, obstruyendo la vista hacia la cocina. Mi instinto lleva mis dedos hacia el timbre sin querer y lo hacen sonar. Una silueta se asoma por la ventana y abre la puerta, abre los brazos y abre el corazón para recibirme:
mi tía martha. Un corazón con pies. Un amor.

Si napoleón tenía razón con eso de que la grandeza se mide de la cabeza al cielo, entonces mi tía es verdaderamente grande. Enorme. Gigante. Según cálculos hechos a ojo de buen cubero, no debe pasar del metro y medio de estatura.

Entrar a su casa, que es ahora la mía, es atravesar una puerta que hacía ocho años no se abría. Los olores me resultan conocidos, los paisajes, el limonero del jardín cuyas frutas son del tamaño de una pelota de tenis, la sala y las escaleras. La misma televisión conectada al mismo nintendo. Todo está igual, aunque un poco más viejo. Sólo la humedad en las paredes es nueva para mí. En la cocina está Toño, el esposo de mi tía. Es una versión
costeña de santa claus. Gordito, barbón, siempre riendo. Eso sí, su carácter lo tiene bien formado y su educación es de la escuela de “la letra con sangre entra”.

Su infancia fue difícil. Entiendo el porqué sea así, mas no lo justifico.

La plática es la de rigor. Cómo está mi familia, cómo está la de ellos. Hace cuánto que no nos vemos, cuánto tiempo te tomó visitarnos, pepe (durante años les prometí visitarlos, muchos años sin cumplir). Cómo has cambiado. Estás en tu casa. Tus primos ya están dormidos, pero si quieres les avisamos que ya llegaste. No, no tiene caso, los veo mañana. Te fue bien en el viaje. Sí, me fue bien. Que te quedaste unos días en México. Sí, con un amigo...

Etcétera.

Durante una hora y media nos desvelamos mutuamente. Yo a ellos porque tenían que madrugar para mandar a sus hijos a la escuela. Ellos a mí porque estaba muerto de cansancio. Pero valió la pena. Jamás había platicado tan a gusto con ellos, tan honestos, tan iguales. Con Toño nunca había intercambiado más palabras que los saludos obligatorios. Cuando uno tiene 15 años, uno ve a los adultos como el enemigo, como alguien que no me entiende, que no hará sino juzgarme. Y tal vez se tiene razón. Tal vez si nos juzgaron, y si fue lo suficientemente terrible el veredicto emitido, hasta nos colgarían después del juicio, pero ya no. A los 24 años somos iguales. Las barreras se han derrumbado. Las hormonas se han calmado. La adolescencia ha pasado.

Los ojos se nos cierran y puede más el cuerpo que el alma: el sueño nos ha vencido.

El qué soñé y cómo soñé son irrelevantes. La cama es un tanto incómoda y los ronquidos de mi primo se parecen un tanto a los míos. No puedo decir que haya descansado, pero al día siguiente, apenas pasadas las ocho estoy despierto. Mis primos ya salieron y sólo estamos Martha, Toño y yo, otra vez, seis horas después.

Me dan unas pocas direcciones y salgo de la casa. Los días que he estado aquí he hecho prácticamente lo mismo. He establecido mi rutina y me resulta cómodo seguirla. Trato de levantarme temprano, incluso para ser vacaciones. Arreglo la recámara y me arreglo yo. A estas alturas comienzo a dosificar el uso de la ropa limpia. No quiero tener que reciclar ropa sucia. Mucho menos la interior. Eso de andar en mis jugos no es una opción viable, todavía.

Me salgo y recorro la ciudad dentro de lo posible. El centro histórico, la colonia donde viven mis tíos, las zonas aledañas. Museos, casa de la cultura, cualquier cosa que merezca la atención. Un café frapucchino acompañado de pastel. El poemario y un cuaderno. Mil ideas atoradas en el cerebro esperando ser desempolvadas para transferirse al papel.

¿Mi objetivo? Escribir un libro. Al menos empezarlo, encarrerarme.

Estoy escribiendo hasta pasadas las 3 de la tarde y regreso a casa de mis tíos a comer, compartir los alimentos con ellos. Sería una falta de educación hacerlo. De nuevo, las pláticas de rigor:

Si quieres ir a nosequé lugar, dile a tu prima mague que te diga cómo llegar; que si quieres irte al club a hacer deporte, avísale a tu tío para que te consiga un pase; que si vas a tal lugar y te llueve, me llamas; si no llueve y tienes flojera, también me llamas... un largo etcétera y mi más sincero agradecimiento a esas muestras de cariño y afecto que la sangre nos da. En la tarde, espero a que lleguen mis primos de la escuela y paso la tarde a su lado. Ocasionalmente me escapo de su compañía para buscar un café internet o para llamarle a claudia, para ver cómo están las cosas en Aguascalientes sin mí, a sabiendas que están exactamente igual... que no hay diferencia. Tal vez un poco menos de plática en la oficina, tal vez un poco de menos desveladas en casa de claudia, tal vez un poco de menos bilis en
mis hermanos, pero en el fondo todo igual.

Es un hecho que nadie es indispensable. La vida sigue, el mundo rueda. Después de la tempestad, la calma. El movimiento es pendular y constante. Nunca se detiene. Que no lo haga, que no pare, porque lo que no se mueve se muere.

...

La familia Veneroso Contreras está compuesta por siete miembros. Toño y Martha, mis tíos. Mague mi prima de 17 años y un carácter recio como el de su padre. Jamás se ha dejado de nadie y no lo hará. Fuerte y decidida, pero al mismo tiempo es tierna, cortés, educada. No importa cuán cansada haya llegado de la escuela, al verme corrió a saludarme. Conmigo siempre de buenas y, es muy guapa. Su novio vive en el puerto de Veracruz y se ven los fines de semana. El resto del tiempo, internet transporta sus corazones y se
encuentran en el ciberespacio.

Tony tiene 23 años y una barba envidiable. La oveja negra de la familia. Lágrimas y bilis es lo que provocó durante mucho tiempo a sus padres. Hoy, la oveja volvió al rebaño. Es un buen hijo aunque se esmera en demostrar lo contrario. Se preocupa por sus hermanas y hermano, aunque les resulte imposible dejar de pelear, como a todos nos resulta. Se levanta todos los días antes de las 5:30am para prepararse y partir rumbo a orizaba, otro municipio de Veracruz, a estudiar Ingeniería en Sistemas Computacionales. Cuando temprano, regresa a las 5 pm.

Tucha y Mariana viven en Jalapa, Veracruz. La primera trabaja y la segunda estudia medicina. Ellas son como el agua y el aceite. Tucha es la viva imagen de daria, el personaje de mtv. Mariana es mucho más huraña, con la que menos he convivido de toda la familia. Tucha no tiene precio, su corazón está cubierto de oro relleno de diamantes. Agradable como pocas personas y aventurera como los mejores. Ha vivido en canadá, en francia y en méxico. Tres naciones. 24 años. De mariana no hay mucho que decir, que hablen los que la conocen. Yo, sólo se que existe.

Abraham vive en el Puerto de Veracruz y estudia comunicación. ¿Su tirada? Ser escritor. No puedo esperar a que venga y nos sentemos a platicar de nuestras ideas pachecas, locas, tangibles. Tiene 20 años y lo recuerdo como un deportista incansable. Dicen que no es igual ya, que el cigarro ha causado estragos. No importa, al menos no todavía. Espero no se arrepienta un día por fumar tan joven.

Una familia como las hay millones. Con sus conflictos internos, sus vivencias externas, pero a pesar de todo y todos, se ha mantenido unida. Hoy y hasta el domingo, yo soy un miembro más de esta familia.

...

Aquí en córdoba ocurre un fenómeno que no he visto en ningún otro lado: no hay gente joven. Existe una ausencia generacional terrible. La de mi generación.

Dado que no existe ni una universidad aquí, la gente que quiere continuar estudiando se ve forzada a emigrar a ciudades vecinas, o no tan vecinas a continuar sus estudios. Los pocos jóvenes que se ven, son los que no estudian por gusto o por carencia; los que trabajan. Y son muy pocos, aunque Tony me aclara que no son tan pocos, que como trabajan, no los veo. Su observación es lógica y coherente. A fin de cuentas, no soy mas que un observador del juego; Tony es un participante del mismo.

Es por eso que tres de mis primos están fuera de la ciudad de lunes a viernes, pasando aquí el sábado y domingo, pase lo que pase no dejan de venir. Su devoción es admirable. Como es admirable que Tony se traslade de ciudad diario para estudiar y regrese con ánimos de convivir conmigo todos los días, todas las noches.

La ausencia de gente joven le da un dinamismo orco a la ciudad, a la gente, a la sociedad cordobense. Para comenzar, los viejos se reúnen con los viejos en un café llamado La Capilla. Pareciera requisito para sentarse en una mesa ahí tener más de 50 años y una sordera temporal. Todos hablan al mismo tiempo y nadie escucha. Es un monólogo de 60 personas donde jamás se responde a una frase iniciada por otro. Este café está en el área conocida como “los portales”, dentro del centro histórico de la ciudad. Tiene a uno de sus costados el palacio municipal, coloreado en un “hermoso” color salmón, y la catedral en el otro lado. El poder del gobierno, el poder de la iglesia. Siempre juntos pretendiendo anunciarse separados.

Y las reformas de benito juárez se revuelcan en su tumba.

Enfrente a los portales está la plaza principal. Jardín de veinte mil plantas, veinte mil tonos de verde. En el centro hay un kiosko al cual no se puede subir y junto a él, un obelisco dedicado a la heroica ciudad por su defensa contra las fuerzas españolas en 1821, sin la cual la independencia no se hubiera podido consumar.El obelisco no mide más de 4 metros, pedestal incluido.

La gente sabe cuando uno es de fuera. No soy un bicho raro, no me miran y susurran, no hablan a mis espaldas mientras me señalan como señalaron alguna vez a maría magdalena. Para nada. Pero sí tienen consideraciones especiales para conmigo. Detienen el tráfico si quiero pasar, me saludan y esperan se los corresponda. Obviamente se los correspondo. Está en mi naturaleza.

Descubrí que hay un solo museo en toda córdoba. El de historia antropológica, dirigido por un tal Enrique nosequé, pero de cariño le dicen El Polito. Un señor sesentón que se salió del seminario (¿manicomio?) para casarse. Profesor de día, antropólogo de noche.

Fui al museo y cuando entré, el intendente despertó al guardia y de inmediato prendió las luces. Una terrible tristeza invadió mi ser al darme cuenta que es común que la gente que ahí labora se duerma y no prendan la luz para ahorrar energía. ¿Cuántos visitantes tendrán al día? ¿Al mes? ¿Cuánto pasó entre el visitante anterior y yo? ¿Y entre yo y el siguiente?
Luego me muerdo la lengua y me pregunto hace cuánto no voy a un museo en Aguascalientes... trato de consolarme explicándome que hace quince días fui a ver una exposición en la casa de la cultura. Bonito consuelo, consuelo barato.

En la parte superior del museo, que por cierto está lleno de réplicas de piezas muy interesantes de los olmecas y toltecas, está la sala del hombre más ilustre de córdoba: Don José García Ocejo. Artista plástico de los setentas, ochentas y noventas. Su obra no es de mi agrado. Es más, debo decir que en mi infinita ignorancia se me hizo sin gracia, sin armonía, sin estructura. Pero las flores y las palmas y los laureles y el rito que se le rinde dice todo lo contrario. Es grande, dice el texto a la entrada de la sala. Arte fantástico, según la crítica de no se qué revista local. Lo que resultó el colmo para mí fue que tuvieran en exhibición una invitación que hizo el rey de España a Ocejo para asistir a un evento real.

Muestran eso para callar la boca de nosotros, los que osamos dudar de su valor artístico. Se justifican. Se esfuerzan demasiado.

Tonos pastel, tonos azules y verdes dominan su obra egocéntrica, pues casi todo está titulado “autorretrato” y en todas muestra los genitales masculinos. Lo primero que vino a mi mente es “este tipo tenía un trauma de tipo sexual,,,” Pensamiento que confirmo al ver que de las nalgas de todas las mujeres desnudas que pinta, sale algo que parece un mechón de pelos. Casi una trenza.

Me río a carcajada abierta y descubro la terapia de la risa. La vida está llena de momentos que aparentan felicidad. Este fue uno de ellos. Ocejo sí marcó un cambio en mi vida. Me mostró que no importa qué tan bella sea la mujer, qué tanto se cuide, qué tanto se esmere en gustarnos, siempre habrá un lugar que la depiladora no alcanzará. Errará. Será humana y ahí radica su belleza.

Después de todo, Ocejo no es tan malo.

Una vez realizado todo el recorrido cultural de la ciudad, me dirijo a un café en especial, que se ha ganado mi corazón por su forma, su fondo y el trato que me dan. El café interiores. Es un café literario donde venden la obra completa de paulo cohelo y otros textos. La música que ambienta es new age y totalmente agradable. Se ve que la mesera tiene un buen gusto musical. Nunca hemos habido más de 4 personas en el café al mismo tiempo y sin embargo, el flujo es constante.

El frapucchino que venden ahí es el mejor que he probado en mi vida. lo juro. Su pastel alemán le hace honor a tan delicado sabor del café. ¿El costo de una sesión ahí? 38 pesos. Una bagatela, un regalo.

Una vez que me instalo ahí, saco el poemario y el cuaderno. La tinta y la inspiración y comienzo la labor a la que me he entregado en este reencuentro con la parte que más disfruto de mí: la de escritor.

Si soy bueno, si soy malo, si apesto, no me importa. Escribir es una terapia para mí. Una necesidad. Por eso escribo todas las noches mi bitácora, tus capítulos. Por eso te los mando. No busco la aprobación, sino el compartir. Escribo lo que siento como lo siento y te lo doy así como es: puro, cristalino, inmaculado.

Y las respuestas que he obtenido, se las agradezco desde el fondo del corazón. No puedo sino quererlos más cada día. Añorarlos, extrañarlos.

Escribir se ha vuelto para mí una pasión, un objetivo que siento algunas veces lejano por la cotidianeidad de la vida que llevo. Que todos llevamos. El recluirme en un sitio que debería representar para mí algo más de lo que significa, no es una pérdida de tiempo, es una ganancia de esencia, de persona, de mí.

Escribo y escribo y escribo hasta que la mano no responde más. El hábito de escribir con pantalla y no con tinta hace que se pierda la práctica. Se cansa la mano. Salen ampollas en los dedos, no importa cuán buena y cara sea la pluma con la que escribes.

Siempre se acaba el café antes que la resistencia del dedo. El pastel me espera hasta que retome la lectura del poemario, y así juntos los devoro a los dos. Mordida a mordida hasta que no quede más en el plato, porque en la tinta siempre habrá más. Espero nunca se acabe el alimento que encierran la tinta y el papel.

En una ocasión estando sentado en la plaza principal, me sorprendió la lluvia. La gente corrió a refugiarse del elíxir de vida y yo me quedé sentado para recibirlo con la cara al cielo y el alma al aire. Para mi sorpresa, el agua de lluvia estaba tibia, al tiempo. No es el pedazo de hielo que tanto me gusta recibir en Aguascalientes, sino tibia... cálida. Cuando la ropa ya no me protege la espalda me voy a tapar bajo el cobertor del palacio municipal y la contemplo. Cae el chipi chipi. Una delgada tela de lluvia que suavemente cubre todas las cosas. No hay relámpagos, no hay truenos. No aire que lleva la lluvia de un lado al otro. Simplemente cae con la gracia del ballet, con la delicadeza de una caricia, con la calidez de un beso.

Respecto al resto del día, lo paso con la familia. Con mi tía, con mi primo, con mi prima. Incluso he estado a solas con toño y platicamos a gusto, hasta que la diferencia generacional lo llevó a decirme “todos los jóvenes como tú creen que merecen todo y no hacen nada por obtenerlo”. Ante tal afirmación, ¿qué me queda por refutar? ¿Cómo puedo mostrarle lo que no quiere ver?. Digo tres o cuatro cosas que no recuerdo y me levanto solemnemente. Él se queda con la satisfacción de haberme vencido, yo con la satisfacción de no bajar a su nivel.

Pero ninguno de los dos ganó. Todos perdemos con esa actitud. Con ambas.

Las noches transcurren tranquilas. Hablar de cómics y de superhéroes y de vampiros y de mujeres y de viejos amores es cosa de todas las veladas con tony. Entre anécdotas, memorias de años anteriores, vidas pasadas, antiguas navidades y crónicas de vivencias infantiles, tony y yo rejuvenecemos al mismo tiempo.

Recuerdo que una ves quise aprender a tocar guitarra para llevar serenata a mi mujer amada. Estando aquí, quiero aprender violín para tocarle todas las mañanas. El amor, como nosotros, crece cada día. Madura. Se hace fuerte.

Tony me platica que el día 6 de octubre cumplió dos años de haber terminado con blanca, su más reciente novia. No sabe dónde vive, no sabe cómo localizarla. Mi mente viaja y ubica las direcciones de mis exnovias. De mis viejos amigos. De viejos conocidos. A todos los ubico. Debería llamarlos de vez en cuando.

También de vez en cuando debería dormir, por ejemplo ahora.

La terapia de escribir es una terapia que te lleva a la cama siendo tú mismo, sin pasiones, sin tabúes, sin ropas ni ataduras.

Libre de todo, no te queda más que ser tú mismo. Realmente hoy es un buen
día para empezar.

Capítulo 5
Ygnacio de la Llave y su creación Orizaba


Continuando el recorrido por la ruta de mi mismo, mis pies toman dirección de temporal abandono a la casa en la que me he quedado. Utilizando el verbo favorito de Chabelo, he decidido catafixiar por unas horas Córdoba por Orizaba.

Tony todos los días va para allá a estudiar. Hoy, yo paso por él. No sé qué diablos movimientos hizo con sus horarios, que va a estar libre desde la 1pm y para darle algo de variedad a su vida, que por cierto según me dijo anoche he venido a trastocar, lo más viable es que pase por él a la escuela al Instituto Tecnológico de Orizaba, el ITO para los compas.

En el ITO, la gente de seguridad es verdaderamente mamona. Si no eres estudiante, no puedes entrar. Y si eres estudiante y no lo puedes comprobar, tampoco entras. Pero bueno, comencemos por el principio:

Según Tony me estuvo platicando, para llegar a Orizaba a la una, hay que salir a las doce de aquí, tomar un camión de los llamados Plateados y bajarme hasta que el camión no tenga intenciones de seguir avanzando. Aquí se presentó el primer problema.

Mi primo Tony cree que puedo perderme en la ciudad. No me cree capaz de haber entendido la dinámica de la lógica numérica de la calle. Y si aún así no la entendiera, cree que no puedo hablar con las personas que me encuentre para pedir direcciones. Así que se esmera en explicarme con peras y manzanas cómo diablos llegar a la parada del camión. Lo que me dijo es lo siguiente.

Bajas por la avenida 9, caminas hasta la calle 10, que es la que está cerrada a la circulación. Ahí das vuelta a la derecha y caminas hasta encontrarte con la avenida 15. pasas la avenida 15 y entre las avenidas 15 y 17, poquito antes de la esquina, hay una parada de camión. Ese es tu destino.

Bastante fácil, ¿no?

Pero bueno, me explicó de nuevo. Bajas por la avenida 9, que es la que está en la esquina de la casa... das vuelta a la derecha como yendo al templo de san josé.. mmmm,,, bueno, como si fueras al centro. Caminas una, dos, tres, cuatro, cinco, seis cuadras derecho y vas a llegar a una calle que tiene señales de que está cerrada... ahí das vuelta a la derecha. Vas a caminar una, dos, tres avenidas y cuando casi llegues a la cuarta, ahí buscas una parada de camión.

Una parada de camión es un lugar donde hay una banca para que te sientes y tiene un letrero con un camión dibujado.

Tony, desde la primera vez entendí. De cualquier manera, gracias por la explicación.

Pero Tony, creyendo todavía que soy incapaz de guiarme, le dice a su madre que me lleve a la parada. En fin. Si no le dan de comer a uno en la boca porque dios es grande. Me chiquean mucho aquí, y no me puedo quejar por ello.

Hago un paréntesis cultural para compartirles una plática que tuve ayer con Martha mi tía de hecho, son dos pláticas. Una casi triste y la otra casi feliz.

Primero la casi triste.

Córdoba fue fundado hace un buen de años por órdenes explícitas del Virrey de España para crear una posada de descanso a los viajeros de Puebla de los Ángeles a el Puerto de la Vera Cruz. Justo en la mitad. Para lograr tal fin, envió a 30 gentiles y honorables caballeros. La historia ha condenado a Córdoba a ser considerada como una ciudad de paso, no de residencia. La
situación de los estudiantes inmigrantes lo confirma. Una fuga de cerebros.
Varios siglos después, Córdoba sigue siendo una zona de paso. Pero ahora el camino es mucho más extenso que de Puebla a Veracruz. De hecho es de Centroamérica al american way of life, a la tierra del tío sam, al lugar de las barras y las estrellas.

Cientos de inmigrantes ilegales cruzan el país diario tomando como ruta el golfo de México. Pero las condiciones en las que lo hacen son igual de tristes que como lo hacen por todos lados, sólo que aquí es muy tangible para los habitantes. Será que como Aguascalientes está fuera de ruta, yo no siento tan propio el problema de inmigración. Ni de los mojados nacionales ni de los internacionales.

Los centroamericanos toman el tren para atravesar, pero no lo toman de pasajeros, sino de colados, colgados de donde puedan. Si es un vagón vacío, se pueden meter; si es un vagón cerrado, van como peluches colgados del chevy de alguna muchacha cursi de la ciudad. Pero se cuentan por cientos. Y no existe la caballerosidad en esas circunstancias. Hombres, niños, mujeres, ancianos. Todos caben en el tren del destino. Si les toca la lluvia, si les toca el frío, si les toca el calor, el hambre, la enfermedad o el embarazo, es bajo su propio riesgo. Si se quedan dormidos y caen, nadie intenta detenerlos.

Como los ferrocarriles fueron construidos por extranjeros y les pagaron por kilómetro construido, es una ruta con muchas curvas cerradas, muchas curvas abiertas, muchas curvas por todos lados. Además de difícil, el camino es largo. En algunas de las curvas, el tren se ve obligado a bajar la velocidad para no descarrilarse, por lo que CARITAS, organización de la cual forma parte mi tía, se pone en esos puntos y literalmente, les avientan desde la cobija hasta la latita de comida.

Me di vergüenza al imaginarme que una lata mal lanzada atinara en la cabeza de alguien y cayera producto de la buena voluntad. Con todo y pena, me estoy riendo ahora.

Lo que no es causa de risa, es que existe un grupo de forajidos que no han logrado o querido atrapar que aprovecha estas mismas curvas para extender el largo brazo de la perversión y como juego en la feria, obtener su más reciente juguete para sexo. Sea niño, mujer, anciana, hombre. Lo que caiga es bueno para ser violado. Y las almas se retuercen de dolor al ritmo de la violencia. Lo poco de inocencia que la pobreza les dejó a los que decidieron dejar todo por la búsqueda de mejores oportunidades, es penetrado por la maldad pura.

Que los agresores ardan en las llamas de los infiernos y se pudran por el día sólo para ser sanadas por la noche, y volver empezar una y otra vez, hasta que sean perdonados por lo que los deben perdonar.

A mi me invade la sensación de impotencia ante la maldad humana. Por un momento olvido que todavía hay gente buena.

También es muy común encontrarse pedazos de personas que se quedaron dormidos y cayeron bajo el tren. A veces los pedazos que quedan son los vivos. A veces los muertos. Eso explica el porqué tanto indigente aquí son piernas, sin mano, sin el dedo meñique del pie izquierdo.

Esa fue la casi triste. La casi feliz es una historia verdaderamente admirable, histórica. No se porqué no me la incluyeron en los libros de texto de primaria. A unos cuántos kilómetros de aquí, existe una ciudad llamada Yanga. Una ciudad chica, un pueblo chico. Los habitantes no deben
ser más de veinte mil. La mayoría también emigra.

El nombre de la ciudad es en honor al primer esclavo que fue liberado en toda América, obviamente el nombre del esclavo es Yanga. Era esclavo de un amo benevolente, dentro de lo que se puede considerar, pues le puso precio a su libertad y salario a su esclavitud. Yanga trabajó arduamente para poder comprarse a sí mismo y pagar su libertad. La ley no pudo más que reconocerlo libre y el mundo no puede más que reconocer su espíritu indomable. No se cuál sería el precio de su libertad ni su salario asignado, pero sí se que el esfuerzo de ahorrar fue mayúsculo y el tiempo no fue poco.

No importa, el final de la película fue feliz. Yanga fue libre. ¿Cuántos de nosotros lo somos?
Prisioneros de un mal trabajo, de una sociedad retrógrada. Prisioneros de nuestros propios miedos, de nuestras pasiones. Prisioneros de una ilusión. Atados a las posesiones materiales. Somos alma, cuerpo y ropa. Incapaces de realizar las cosas que deseamos.

A veces nos justificamos con el hastío, a veces con la madurez. La mayoría del tiempo simplemente lo negamos. Ojalá estas líneas sirvan para aflojar un poco las cadenas del materialismo que nos tienen donde estamos: con la mierda hasta el cuello.

Metafóricamente hablando por supuesto. Si no soporto ni pisar una mierda, menos tenerla hasta el cuello.

Pero retomando la historia principal, antes de cualquier cosa me conecté a mandar un correo electrónico y lady fortuna quiso que claudia estuviera conectada al mismo tiempo. El corazón dio un vuelco de felicidad y las palabras se trabaron en algún lugar entre el sentimiento y los dedos. No pude platicar tanto como quisiera porque era hora de tomar el camión. Una despedida y la promesa de estar uno frente al otro nos llevamos cada uno del otro. No fue mucho tiempo el que platicamos ni de alto contenido la plática pero para mí fue suficiente.

Cuando voy saliendo rumbo a demostrarle a Tony que sí se llegar a la parada del camión, Martha mi tía me intercepta y me lleva hasta allá. Mi primo se salió con la suya...

El camino sobra decirlo que fue hermoso. Los cordobeses no tienen idea de la suerte que tienen de poder admirar el pico de Orizaba todos los días. La cabeza nevada, el cuerpo cubierto de árboles y un faldón de nubes dando el misticismo necesario para mantenerme con la boca abierta todo el viaje. Moscas entraron y moscas salieron. Yo ni me enteré.

Orizaba tiene una zona exageradamente bella y una exageradamente fea. No es ni una ni otra cosa. En el camino al ITO paso una iglesia pintada de lo más naco posible: los colores verde, rosa, amarillo, rojo y rosa mexicano hacen una combinación que le lastimaría los ojos al más tuerto de los ciegos. A uno de los costados del templo, cuelga una manta que anuncia que Pinturas Martín patrocinó la pintura para la redecoración de la fachada del templo.

¿No fue jesús el que corrió a latigazos a aquellos que comercializaban en la casa de dios? ¿No basta con la satisfacción de saber que hiciste lo correcto al donar unos cuantos litros de pintura, sino que tienes que gritarlo a los cuatro vientos? ¿Dónde quedó la generosidad, muerta debajo del interés?

Pronto se me pasa el trago amargo, porque paso junto a un panteón hermoso. De esculturas de tres y cuatro metros de alto y ángeles, querubines y serafines de todas las formas, colores y sabores. Por suerte, traigo mi cámara fotográfica; por mala suerte, nomás la saqué a pasear, pues no he tomado ni una foto. Ese no es el objetivo del viaje. Ni modo, un bulto que pude ahorrar en la maleta.

El camión sigue avanzando y sigue avanzando y sigue avanzando. El viaje no es para nada pesado pues los asientos están harto cómodos y con sólo por haber viajado en “autobuses plateados” me puedo hacer acreedor a una licuadora, una plancha o a 50 premios más. Lo único que tengo que hacer es conservar el ticket y depositarlo en las urnas, previamente habiéndole
anotado mis datos atrás.

No me interesa, aunque no lo despreciaría.

Llego al ITO y los policías no me dejan entrar, por lo que tengo que esperar media hora a que Tony salga de clases y vaya a buscarme a la salida, cosa que sucede sin retraso. Junto a Tony vienen dos camaradas de su tribu, de su clan. Son un par de mocosos de 18 y 19 años y al escribir estas líneas me siento avejentado y lleno de canas en el poco cabello que me queda. Son Ramón y Juan Luis.

Ramón es el más chico de los dos y es de un pueblo de los alrededores; Juan Luis tiene 19 y es de Orizaba. Sin pedirle opinión, lo tomo como guía de turistas en un breve recorrido por la ciudad. Como es costumbre en todo el país, ignora cómo se llaman los árboles que abundan en su ciudad. Sabe, o supone, que hay álamos, porque hay una alameda. Caminamos rumbo al centro y lo primero que conozco me deja maravillado: el palacio de hierro.

Y no es la tienda departamental, sino una casa que fue construida 100% en hierro, perfectamente desmontable y ¿regalada? por el gobierno francés como parte de un intercambio cultural entre ambos países. O al menos eso me dijo Juan Luis, no he tenido tiempo de investigar la veracidad de sus palabras por lo que le doy el beneficio de la duda.

Al parecer, el palacio o casa de hierro estuvo rodando un rato por el país hasta que se instaló definitivamente en Orizaba, que por cierto fue fundada por Ygnacio de la Llave. El siguiente paso es ir al mercado de los hippies, que es una doble mentira: ni es mercado ni son hippies. Son cuatro
pinchurrientos puestos atrás del mercado y no son sino porros de la UNAM, que por no bañarse y traer rastas, además de vender piedritas a las que les atribuyen características espirituales, ya se sienten hippies.

Qué devaluado está el concepto hoy en día. Ni hablar, así son los hippies en Orizaba.

Llegamos a la catedral de Orizaba y es inevitable que tenga que entrar. ¿Qué fue lo que me llevó adentro a esa construcción católica en especial? No lo se, pues no he visitado ninguna otra. Pero ha resultado ser un verdadero caso, un souvenir en sí mismo.

Para comenzar, el atrio es atrio de día, estacionamiento de noche. Para que los feligreses no tengan excusa de que no alcanzaron el evangelio completo porque les tocó irse a estacionar muy lejos, se abren las puertas y te estacionas en el atrio. La idea me da risa, pues si se llena el templo,
abres la puerta del carro y la escuchas en la comodidad de tu vehículo. Juan Luis no entiende porqué me causa tanta gracia el hecho, pues para él es lo normal, lo cotidiano.

Y sólo está por comenzar el show.

A un costado de la puerta principal, se puede leer una placa que explica que la catedral fue terminada en 1937 gracias al admirable esfuerzo de Don No se quién, y de los fieles católicos. Antes que pudiera hacer un comentario al respecto, Juan Luis me explica que un terremoto acabó con la catedral anterior y erigieron la actual. Justo eso iba a preguntar y el muchacho me
leyó la mente.

El color amarillo es el que domina la decoración del templo. En todas sus variaciones está presente. Si el amarillo pastel, si el pálido, si el canario, si el amarillo aguacate. El templo es bonito, amplio y la envidia de cualquier programa de televisión moderna. ¿Por qué? Porque dentro de la
iglesia está instalado un circuito cerrado que transmite en vivo y en directo la misa a unas pantallas de televisión (aproximadamente unas 20 televisiones) instaladas en las alas laterales del templo.

Jamás se me había ocurrido un reality show de cómo ser un buen sacerdote. Supongo que la gente en lugar de llamar a una línea cero uno novecientos, se pone a orar y el que reciba menos oraciones es el que será excomulgado.

Yo sabía que mi instinto estaba en lo correcto cuando me llevó a visitar el templo.

Transmiten a dos cámaras, una que hace una toma fija del padre y la otra que hace los acercamientos a la hora de la conversión del pan en carne y el vino en sangre; a la hora de la paz; a cualquier momento que sea pertinente.

En serio estoy maravillado y no estoy criticando. Se me hace una excelente idea, que estoy seguro no es el primer lugar donde lo hacen, pero sí el primero que veo.

Juan Luis me recuerda mucho a mí mismo cuando ¿era joven?. Aficionado fiel a los cómics, desinhibido y parrandero, pero serio y formal. Tiene un buen conocimiento de su ciudad aunque no lo suficiente. El pastel de la cereza es que está intentando tocar guitarra como yo lo hice cuando tenía su edad.

Jamás aprendí. Eso de que la guitarra la tocan todos no es cierto, al menos yo no la toco.

...

El siguiente paso fue dirigirnos a la alameda y quedé simplemente maravillado. El tamaño es 3 veces mayor a San Marcos y también tiene un kiosko en el centro, pero la composición es diferente. Es una gran explanada con los árboles alrededor. En la entrada está la estatua de Ygnacio de la Llave y la fecha de fundación, que no recuerdo. Hay tantos árboles en la
alameda que los juegos infantiles están construidos con troncos y no se extrañan los árboles caídos. El columpio, la resbaladilla, el sube y baja. Todos son de madera y les dejaron la textura de tronco. El piso es una losa blanca que con la lluvia puede ser muy resbalosa, supongo. Y el pasto está tan tupido que no alcanzas a ver la tierra de donde sale. Cualquier estadio de futbol envidiaría ese pasto con tan solo verlo.

Atravesamos la alameda y salimos por la puerta trasera. La siguiente sorpresa me espera ahí. Hay una casa y atrás de la casa, un cerro. Pero qué cerro, no es una cosita de 200 metros, es un cerro hecho y derecho. Empinado como el demonio. Se debe requerir una buena condición física para llegar hasta arriba.

En la punta del cerro hay un “gimnasio ecologista”. Cientos de personas suben diario el cerro, llegan arriba y se ponen a hacer ejercicio con el equipo que el municipio dejó ahí para que quien quiera lo use. ¿Qué equipo hay? No lo se. Mi flojera fue mayor que mi curiosidad, así que tendré que conservar la imagen mental que tengo de ahí. Pero el cerro está cruzando 10 calles del centro. Y el cerro está verde. Algo a lo que casi me desacostumbro en Aguascalientes.

De regreso tomamos la ruta panorámica y me encuentro con el Palacio Municipal. Pintado en blanco y verde pistache. En el centro del patio principal, ondea una bandera gigante y el asta en la cual está sostenida es enana, por lo que el borde de la bandera pasa a escaso metro y medio del
suelo. Es irresistible la tentación de ir a tocar la bandera mientras ondea. Paso debajo de ella y cuando voy a levantar la mano, siento que lo que estoy a punto de realizar es una falta de respeto al lábaro patrio y me contengo. Por un instante, maldigo a mis maestros de civismo.

La bandera le calculo el mismo tamaño que la que ondea día y noche en las tres centurias, allá en mi querida tierra de origen.

El palacio es enorme, con construcción muy por el estilo de un colegio militar. Todo la parte posterior del palacio es jardín, y escondida en un rincón está una alberca en la que pienso yo que si fuera el presidente municipal llevaría a mis deslices, a mis amiguitas que no son mi esposa. Yo
se que a Mónica Lewinski le hubiera gustado una alberca en la casa blanca. Así no se hubieran visto en la necesidad de convertir la oficina oval en la oficina oral.

Y el público exige que se comparta la alberca con el pueblo. Tristemente, está vacía. No tiene agua, ni ocupantes. No hay un salvavidas atento a que nadie se ahogue ahí. No hay pelotas playeras ni bikinis atrevidos. Sólo la imaginación de la gente que piensa en meterse a nadar ahí alguna vez en su vida.

Mientras dirigimos nuestros pasos al ITO otra vez, Juan Luis me cuenta que en el cementerio que vi cuando entré, hace muchos, muchos años, cayó un meteorito del tamaño de un chevy monza. Este meteorito está lleno de pinturas rupestres y otras chucherías prehispánicas porque los indígenas de la región lo usaron como vehículo o instrumento de rituales mortuorios.

Aunque la razón me dice que si un meteorito hubiera caído en la tierra conservando ese tamaño, es que debía ser mucho mayor y en la entrada a la atmósfera se fue desintegrando. De cualquier manera, hubiera dejado un cráter enorme y el impacto ambiental habría sido inmensurable. Seriamente dudo la veracidad de la historia contada por Juan Luis, pero me muero de ganas de ir a ver el mentado objeto espacial en cuestión. Lástima que cuando pasé por el cementerio ya estaba cerrado al público y no me atreví a brincar la reja para entrar a conocer.

Maldita cobardía me tendrá en velo hasta que regrese a Orizaba y finalmente lo conozca.

Una vez dentro del ITO, me doy cuenta que es igualito a la prepa petróleos. No hay mucho más que decir excepto eso. Como un extra, cuentan con un equipo de tenis que está para llorar, pues no son capaces de meter un saque y mucho menos de responder un revés. A pesar de eso, hay gente que los vitorea en el entrenamiento final antes de partir a la justa deportiva que se realizará al día siguiente en un club campestre. Pobres, les van a poner un baile que no olvidarán en mucho tiempo.

El lugar más interesante del ITO fuera de discusión, es la cafetería. Ahí se reúne toda la clase estudiantil unidos por el hambre. Todos hacen fila. La única persona privilegiada ahí es una muchacha que va rompiendo corazones con su estilizada figura y sus labios rojos. Sin duda es la mujer más bonita que he visto hasta este momento en Veracruz, pero está lejos de lo que yo
consideraría una belleza.

Aprovechando que en el reino de los ciegos el tuerto es rey, ella goza de las mieles que la admiración de las decenas de hombres y puede meterse en cualquier lugar en la fila. Así lo hace y las demás mujeres la envidian.

Compra un guarache (¿ o se escribe huarache?) y come de una manera que hasta lady di envidiaría. Una dama al comer. Sus bocados son tan pequeños que a ese ritmo va a terminar de comer en tres días. Bocado, se limpia. Bocado, se limpia. Bocado, se limpia. Y los tres hombres con los que comparte mesa, esperan una oportunidad para ir corriendo a traerle refresco, no sea que se vaya a atragantar y se vean forzados a darle respiración de boca a boca, de lengua a lengua.

No tuvieron tanta suerte, pues acaba de comer y se retira. Un suspiro al unísono la despide y los hombres vuelven sus miradas a donde las tenían antes de que entrara ella.

Por mi parte, me sentí más interesado en una justa de ajedrez que mi primo estaba realizando contra tres de sus amigos. A los tres les puso una madrina que ya quisiera la cenicienta tenerla. Jamás en mi vida me había interesado en lo más mínimo ese rompecabezas intelectual, pero hoy es diferente. Lo miro y lo admiro. Cuando mi primo ha derrotado a todos los retadores que le
pusieron enfrente, le suplico me enseñe las reglas básicas del juego. Lo demás lo tendré que aprender yo por mi parte y en navidad tratar de ofrecer algo de resistencia a Tony, quien seguramente me arrastrará por el tablero.

A todos aquellos lectores cuyos ojos han continuado hasta este punto, les pido que si son jugadores de ajedrez o conocen a alguien que le guste, me lo hagan saber pues he decidido tomar en serio el aprendizaje.

Los invito a jugar conmigo y aprender juntos.

Al regresar a Córdoba el resto del día transcurre normal. Como estaba escrito que sería. Cada día está más cercano el retorno de aquél que el jueves dos de octubre partió en busca de sí mismo, de sus sueños y sus deseos.

Pero las cosas jamás serán iguales. Por lo menos ya podré discutir sobre meteoritos y ajedrez; sobre banderas ondeantes y sex shops; sobre góticos y costeños. Seguramente regresaré con un acento “veracrughano” que no podré sacudirme en dos o tres días. Y me reiré de la forma de hablar de la gente de Aguascalientes como hasta hoy se han reído de mí aquí.

El mundo es un lugar bonito, después de todo.

fin del capítulo cinco.